Estudio sobre los Yamanas que habitaron las costas del Canal de Beagle y que desaparecieron durante el siglo XX.
Investigación y trabajo de campo:
Trabajo de Campo: Enero 1997
Roberto Hilson Foot
Expedición: Enero 1998
Gastón García Guevara
Roberto Hilson Foot
Expedición Canal de Beagle: Enero 1999
Roberto Hilson Foot
Expedición Canal de Beagle: Enero 2000
Roberto Hilson Foot
Agradecimientos:
A Luciano García Guevara con quien compartimos parcialmente la elaboración de este material. A Ernesto L. Piana por su asesoramiento, cordialidad y por habernos facilitado las imágenes de este artículo.
I
Lidiar con los espectros del pasado, ha sido una experiencia en muchos casos penosa. Tratar de aprender lo que fue la vida de este extraordinario pueblo de canoeros, es sumamente difícil y con frecuencia hemos sido abordados por una profunda tristeza, un sentimiento de duelo por esos seres humanos explotados, masacrados, perseguidos, por esas familias desmembradas y esa cultura avasallada por aquellos que se creían superiores. El estudio de los Yamanas es ya un hecho predominantemente arqueológico. Su idioma no produce eco en las costas del Canal de Beagle, sus historias y tradiciones al ser orales, murieron con el sufrimiento y la agonía de un pueblo que fue exterminado en medio de la indiferencia de muchos de los que podrían haber evitado la catástrofe.
Los Yamanas son ya hombres tumbas, hombres y mujeres que hay que descubrir en sus utensilios, sus armas, adornos y herramientas; son meras imágenes en borrosas fotos donde las víctimas no ríen, no juegan, no cantan, sino que posan ante los que con frecuencia retratan la propia destrucción que causan. Nuestro estudio es así un pequeño homenaje para aquellos seres cuyas voces se han perdido en las tempestades de los mares del sur.
II
Una de las primeras cuestiones que abordamos fue el de como designar a este pueblo. Cuando el capitán Fitz Roy los visitó en la década de 1830, mientras cruzaba un gran estrecho frente a la isla Hoste, le preguntó al muchacho aborigen llamado Jemmy Button por el nombre del mismo. Este le respondió con el vocablo Tekianaca o Tekeuneca que en Yamana significa, difícil de entender, extraño o no conocido o directamente “no comprendo lo que usted dice”. Este vocablo fue posteriormente uno de los que se aplicó de forma equivocada para designar a este pueblo. Algo más de medio siglo después, la misión científica francesa al Cabo de Hornos, los llamó Yammascoonas. Aparentemente, los canoeros del oeste, los así llamados Alakaluf, designaban a este pueblo como los Yapoos, una posible deformación de la palabra Yamana. Lucas Bridges los llama en general Yahganes, que viene de Yahga, un lugar del Paso Murray que frecuentaban los indios. Hoy en día parece gozar de cierto consenso el uso del nombre que ellos mismos utilizaban: el de Yamanas. En el diccionario de Bridges el término Yamana indica el vocablo usado para distinguirse de los otros nativos que hablaban en lenguajes distintos. Tenía la connotación de lo humano, lo que estaba vivo y podía ser entendido como propio de los hombres. Es posible que la palabra tuviera una forma sustantiva, y también una forma verbal, asociada al respirar, vivir y ser feliz. El único inconveniente con este vocablo es que parece ser exclusivamente masculino, no incluyendo por lo tanto a las mujeres.
Entre los cronistas ingleses y los relatos de los evangelizadores anglicanos, una proporción muy alta utiliza el término Yahgan. El Vocabulario hecho por Rau y publicado por Outes a través del Museo de la Plata, también los llama Yaganes. Nosotros hemos optado a lo largo del artículo, por aquel término que este pueblo parece haberse dado a sí mismo como una forma de respetar su identidad.
Al enunciar el tema de este artículo hemos aludido a los vocablos de denominación. Esto nos plantea de inmediato el problema de como identificar y consiguientemente establecer los límites espaciales y temporales para esta cultura, pero a la vez precavernos contra la idea que lo primitivo o salvaje tiene como nota distintiva el predominio de lo fijo e inalterable por sobre el cambio. Si se ha asociado el concepto de cultura a aquello hecho por los hombres, por lo que no sería lo natural sino lo social frente a lo biológico, por tanto no determinado directamente por un legado genético, ello demanda la elaboración de modelos o convenciones en los que las sociedades se hacen. Estamos por tanto ante un fenómeno no fijado. Debemos incorporar una dimensión temporal y de cambio, pues el estudio de los Yamanas permite desmentir la asociación entre los llamados pueblos primitivos de etapas “salvajes” con el fijismo cultural. Si aceptamos que toda producción de un grupo humano en la dimensión material o simbólica es cultura, y que la misma está atravesada por contradicciones, disputas y luchas, debemos inevitablemente problematizar temporalmente el alcance del vocablo Yamana. ¿Es posible identificar y postular identidad entre la cultura de los habitantes del canal en el cuarto milenio antes del presente con los canoeros descriptos por los primeros exploradores europeos en los siglos XVII y XVIII?. Ciertamente los estudios antropológicos acerca de los Yamanas desmienten los postulados de la escuela evolucionista, pero además ante su desaparición se generan problemas metodológicos casi insalvables tanto para el particularismo de F. Boas (1858 – 1942) como para el funcionalismo de Malinowski (1884 – 1942). Siendo nuestro estudio apenas una introducción, la referencia inmediata es al pueblo Yamana en el proceso de ser observado, pero a su vez destruido por los europeos, con la posibilidad de extendernos hacia una mayor profundidad histórica gracias al inestimable trabajo arqueológico de antropólogos como Orquera y Piana.
III
El hábitat de este grupo aborigen es lo que hoy llamamos la Tierra del Fuego y los archipiélagos del Sur. La Tierra del Fuego estaba habitada por 4 grupos étnicos. Al Centro y Norte los Onas o Selknam, al Este, en la hoy llamada Península Mitre, los Haush o Manekenk, al Oeste los Alakalufes y al Sur los Yamanas.
El Canal de Beagle y las islas al Sur del mismo fueron el ámbito geográfico en el cual se desarrolló su cultura. El Canal corresponde a la costa Sur de la Isla Grande de Tierra del Fuego.
Recordemos que eran canoeros y los canales y pasos entre las islas eran el refugio ideal contra los fuertes vientos. Étnicamente se distinguían con claridad de sus vecinos del Norte, los Onas o Selknam, quienes tenían una cultura de rasgos emparentados con los Tehuelches Continentales. Los Yamanas, al ser canoeros con hábitos seminomádicos, se desplazaban por una zona que incluía las islas Hoste, Navarino, Nueva, Picton y Lennox, alcanzando el archipiélago del Cabo de Hornos. Hacia el Este llegaban con frecuencia a la Bahía Sloggett, siendo incierta su capacidad de realizar viajes regulares hasta la Isla de Los Estados en la cual se han encontrado testimonios arqueológicos sobre su presencia. Navegaban un área de unos 250 km. a lo largo del Canal de Beagle encontrándose al Oeste con la zona de influencia de los canoeros Magallánicos, los Alakalufes, y hacia el Este con los Haush. Todavía resulta difícil determinar el tipo de relaciones que mantenían con este pueblo, pues para llegar a la Isla de los Estados debían tocar costas en la actual Península Mitre, zona teóricamente de dominio Haush. Ushuaia, la hoy llamada Bahía Ensenada, las Bahías Lapataia, Chica, Valente y Yendegaia eran de asidua frecuentación Yamana.
Cuando en 1882 y 1883 la misión francesa a bordo de la fragata La Romanche, bajo el comando de Martial, llega al Cabo de Hornos estudia la zona, y se instala en la Bahía de Orange en la Península de Hardy, al sur de la isla de Hoste; encuentra en toda esa zona a los Yamanas, y ya entonces previenen a los visitantes contra la confusión entre este pueblo y el del Oeste, los Alikoulips, también llamados Alikhoolips o Alakaloufs. En total, el área de influencia de los Yamanas en el siglo XIX era de unos 250 km. de largo de Este a Oeste, por unos 130 km. de Norte a Sur, en torno a los 55° de latitud Sur. Esa era la geografía donde los Yamanas desarrollaron su peculiar forma de vida.
IV
La zona Sur de la Tierra del Fuego está determinada en su geomorfología y una tectónica de margen transformante además de los efectos de las glaciaciones. Los canales, islas y tipos de costas con frecuencia han sido moldeados por los glaciares del Pleistoceno y Holceno. En la actualidad es un ambiente frío y húmedo marcado por los fuertes vientos y las repentinas tormentas. La navegación encuentra un reparo ante el inclemente tiempo en las bahías y ensenadas de la entrecortada costa. El bosque es espeso, los montes con frecuencia están cubiertos de densos renovales y malezas tupidas que dificultan el tránsito terrestre. El suelo de los bosques es húmedo, cubierto de troncos de árboles caídos, musgos, vegetales secos y helechos que forman una capa continua con predominio de turbales. Aún en verano se pueden experimentar nevadas y violentos cambios de temperatura. Las precipitaciones disminuyen de Oeste a Este. En el archipiélago del Cabo de Hornos hay registros de más de 250 días por año con precipitaciones, con más de 70 días de nevadas, superando los 1200 a 1500 mm.
En Ushuaia, a los 54° de latitud Sur, la estación del Servicio Meteorológico Nacional nos arroja una máxima media de 13 ó 14°C para el verano y 3 ó 4°C para el invierno. Las máximas absolutas pueden llegar a 25 ó 26°C y las mínimas absolutas por debajo de los -10°C. Las temperaturas mínimas medias son de 4 ó 5°C para el verano y -2 ó -3°C para el invierno, en general con alta humedad.
Las precipitaciones en Ushuaia son de unos 500 a 600 mm. pero creciendo con rapidez hacia el Oeste. La heliofanía es baja, el promedio anual es de 4 hs., algo más del 30%. Los cielos presentan con frecuencia una gran nubosidad con promedios anuales cercanos a las 6 Oktas. Es posible detectar la incidencia del mar y es claramente un clima de tipo marítimo. La presencia oceánica hace que los veranos sean más fríos que los del hemisferio Norte a la misma latitud, pero como contrapartida, los inviernos son más moderados que los de Canadá o Siberia.
Tradicionalmente, ha fascinado a los investigadores el desarrollo de los hábitos canoeros en este pueblo, y creemos que parte de la explicación de los mismos debe buscarse en la forma que utilizaron la flora y fauna del sur de la Tierra del Fuego. El bosque fueguino es exhuberante. Se encuentra el Notofagus Betuloides, llamados impropiamente Coihues, que son de hoja perenne, con un diámetro en la base de 1,50 m. y una altura de unos 30 m. El verdadero Coihue es el Notofagus Dombeyi de 45 m. de altura y 3 m. de diámetro. Son abundantes también la Lenga, el Notofagus Pumilio y el Canelo Drinys. Lo importante de esta flora es que en un bosque tupido con renovales impenetrables, donde el desplazamiento era dificultoso y la visibilidad mínima, es una sorprendente ventaja en tiempo y energía el ágil desplazamiento con canoas por la costa ante lo arduo de la movilidad terrestre. Existe además otro factor que contribuyó a que los Yamanas optaran por las costas, y es la escasa fauna del bosque. El único mamífero de gran envergadura es el guanaco, el cual prefiere las estepas a los bosques cerrados donde se le dificulta ostensiblemente la locomoción. Los Yamanas cazaban guanacos, pero era un recurso no disponible en todos lados y les implicaba aparentemente la organización de expediciones de caza de larga duración. Ante las dificultades que implica la vida en la tierra, la opción por el mar era óptima, más movilidad, mejor caza, y mayor diversidad en sus fuentes alimenticias.
V
Dentro de este ecosistema los canoeros del Beagle lograban abastecer sus necesidades. La conclusión más difundida estima en más de 3,000 el número de canoeros orientales a principios del siglo XIX. Los Onas, cultura del centro y norte de la Tierra del Fuego, eran más numerosos, acaso algo más de 10,000 indígenas. Sin embargo la densidad de los Yamanas, en los siglos XVII y XVIII, es mucho mas alta que el promedio de la Patagonia, lo cual implica una mayor productividad en el uso de los recursos. Esto demuestra la inexactitud de la teoría del arrinconamiento y primitivismo de este pueblo.
Los registros demográficos sobre la llegada de los “Yamanas” a la zona del canal nos están dando un poblamiento continuo de 7.000 años, aunque es difícil, como hemos dicho anteriormente, establecer una identidad cultural sobre un período tan largo de tiempo, persistiendo el debate en torno al número de indígenas antes del contacto fluido con los blancos en el siglo XIX.
La evolución demográfica registrada es escalofriante; si hacia mediados del siglo XIX eran 3,000 a 3,500, en 1884 son unos 1,000 individuos y a principios del siglo XX esa cifra desciende a menos de 200 sobrevivientes. Para la década del 30 son ya menos de 50.
Los canoeros occidentales o Magallánicos, tuvieron un destino muy similar con estimaciones iniciales de unos 10.000 habitantes; pasan a ser menos de un centenar a mediados del siglo XX.
Uno de los aspectos que recientemente mas ha sorprendido sobre este pueblo, ha sido el descubrimiento sobre la gran antigüedad de su asentamiento en la zona del Canal de Beagle. Gracias a la extraordinaria labor de los investigadores – Orquera y Piana- , en el sitio llamado Túnel I cerca de Ushuaia, se rastrearon testimonios de ocupación humana datados en 7.000 años persistiendo, como mencionamos antes, el problema de la continuidad cultural.
Es de suponer que hacia el final del Pleistoceno, el hielo comenzó a retroceder con el simultáneo avance del bosque de Notofagus. En el sitio de excavaciones Túnel I en el Canal de Beagle, se encontraron indicios de un pueblo que encendía fuego, que consumía mamíferos marinos y tallaba la piedra hace 7.000 años.
Hace unos 5,000 años el sitio de Túnel I comenzó a ser ocupado en forma más regular. Con razón Orquera y Piana han combatido la idea de un arrinconamiento y decadencia concebida como un arcaísmo cultural, sino que se han mostrado partidarios de una interpretación que privilegia la idea de una adaptación definida, con tecnología, usos y costumbres que les permitió el acceso a grandes cantidades de recursos en un ambiente muy agreste.
Cuantos eran antes de que los blancos alteraran sus vidas a lo largo del siglo XVIII y XIX, es un tema todavía abierto al debate. Algunos han especulado con máximos demográficos en torno a los 6,000 habitantes.
Existe un interesante trabajo del italiano G. B. de Gasperi sobre “La disminución de la población indígena de Tierra del Fuego”. El estudio está fechado en 1913 y estima los siguientes números:
1864-1880 3,000 Yahganes
1884 Censo base Bridges, 949
1886 Reducción a sólo 400 individuos
1898 Serían no más de 200
1913 Entre 90 y 110 sobrevivientes
Como puede verse hay un consenso bastante extendido entre los testimonios acerca de la decadencia y desaparición de los Yamanas. Mucho mas arduo ha sido el debate en torno de las causas, pero sin duda se debe considerar por lo menos los siguientes factores:
■ ocupación espacial por el europeo, que genera dificultades para la pesca.
■ enfermedades importadas como la epidemia de tuberculosis en 1879 en Ushuaia, o la peste de sarampión de 1884 que mató al 50% de los Yamanes.
■ guerras, persecuciones y matanzas por parte de los blancos.
■ cambios y alteraciones en el método de vida que los desintegra en su estructura económica y social.
■ sobreexplotación europea de pinnípedos y cetáceos.
Con razón se ha enfatizado en los últimos años un factor que ya en 1884 había sido observado por el Doctor Hyades, miembro de la expedición francesa al Cabo de Hornos. La presencia del blanco estaba motivada en gran medida por la caza intensiva de lobos y ballenas en los mares del Sur.
Las proteínas que los Yamanas obtenían de los mamíferos marinos comenzaron a escasear deteriorando su dieta, haciéndolos más vulnerables a las enfermedades. Adicionalmente la política llevada a cabo por los misioneros en el siglo XIX de reunirlos favoreció la extensión de las enfermedades, debilitando a las comunidades.
Resulta frustrante leer el informe de la misión francesa, pues allí anotaron que eran un pueblo muy robusto, que no sufrían prácticamente de enfermedades en las vías respiratorias ni de bronquitis. Hyades se asombra pues tras un año de estudio anota que jamás encontró un solo caso de lesiones del aparato circulatorio, ni pudo observar un solo caso de cáncer. No conocían ni las paperas, ni la varicela, ni la rubéola, ni la escarlatina, no tenían escorbuto, ni paludismo o difteria. Los dolores más frecuentes que se estudiaron en ellos fueron de origen reumático. Con la llegada de los expedicionarios balleneros y misioneros, empezaron a padecer los efectos de la tuberculosis, la sífilis y el sarampión, que entre ellos era, con frecuencia, mortal.
En el prefacio del diccionario Yamana-English de Bridges, W. S. Barday nos dice:
“The number of Yahgans in Darwin’s time 1828-1830 was probably around three thousand… In 1884 Mr. Bridges took a careful census of the whole tribe and reported less than one thousand members. In 1888 an epidemic of measles reduced them to about four hundred. In 1908 the tribe numberded only 170…”
Como vemos, un testimonio coincidente con la descripción hasta aquí realizada. Sabido es que a partir de la década de 1850, los misioneros anglicanos hicieron enormes esfuerzos para radicarse en la zona, logrando por fin un asentamiento estable en la hoy llamada Ushuaia. En las cartas inglesas aparece en ocasiones como Ooshooia, y en algunos mapas franceses como Oushouaia. Desde aquí pretendieron evangelizar a los canoeros difundiendo en forma involuntaria enfermedades hasta entonces desconocidas por los indígenas. Aún imaginando las mejores intenciones por parte de los ingleses, es evidente que el contacto fue letal para los Yamanas.
VI
La importancia del mar era tan grande para este pueblo que se lo conoce por el medio que usaban para navegar en las aguas del Canal: la canoa. Su economía estaba basada en el mar, y su vehículo sobre las aguas era una liviana pero robusta canoa de corteza. Eran canoeros adaptados a las posibilidades del medio. Eran cazadores y recolectores. Como cazadores capturaban lobos marinos, ocasionales ballenas, delfines, pingüinos, cormoranes, albatros, gaviotas, bandurrias y guanacos. Como recolectores lograban obtener mejillones, huevos de aves, hongos, apio silvestre y frutas silvestres. Todas estas actividades las realizaban prácticamente desnudos. Llevaban un taparrabos y un cuero de guanaco con el que cubrían sus espaldas y hombros. No desarrollaron la agricultura y satisfacían sus necesidades alimenticias mediante la caza, la pesca o la recolección. Es totalmente infundada la versión del canibalismo entre los Yamanas.
Es imposible no considerar el ambiente en el cual vivían estos hombres. En ese ambiente la disipación del calor corporal por la acción de la humedad y del viento puede ser mortal. La nutrición debía ser abundante, y el fuego debía mantenerse como una fuente indispensable de vida. Comían gran cantidad de lobos marinos, a los que cazaban a garrotazos en las costas o con arpones de punta separable desde la canoa. Efectuaban ocasionalmente expediciones de caza en pos de guanacos, algo que debía ser complejo en su realización. Los mejillones son un recurso interesante, ricos en proteínas, sales y vitaminas, pero pobres en carbohidratos y grasas, por lo que no brindaban suficiente alimento. Según L. Orquera y E. Piana, un solo lobo podía dar de comer a 10 ó 15 Yamanas por unos dos o tres días. Por el contrario, una dieta sólo de mariscos era peligrosamente escasa en rendimiento calórico. Las estimaciones en base a los restos óseos hallados en los sitios de excavaciones arqueológicas son coincidentes en considerar que los mariscos representaban un 10 al 20 % de la dieta, recursos que no agotaron ni sobre explotaron; mientras que la carne de guanaco podía ser algo más o algo menos de ese porcentaje. Siendo más irregular en su posición, la caza del guanaco no era sencilla para los canoeros.
Túnel I Sexto Componente 600 14C AP
Junto al abastecimiento de carne necesitaban de pieles y maderas. Los árboles se usaban para leña, y las cortezas de los Notofagus para fabricar las canoas. A lo largo de su evolución hubo mejoras tecnológicas apreciables, por ejemplo en la calidad de sus arpones o en el uso del arco y flecha. Estos aspectos de desarrollo y mejoramiento pasaron desapercibidos para los ojos europeos. Son clásicas las citas condenatorias de Darwin, pero las mismas distan de ser las más drásticas. Recordemos, como ejemplo a la relación del último viaje al estrecho de Magallanes de la Fragata de S. M. Santa María de la Cabeza, en los años de 1785 y 1786, donde José de Vargas Ponce se refiere a los canoeros Alakalufes en forma condenatoria. Considera que tienen un método de vida brutal, que padecían desnudez, estupidez y que tenían un insoportable hedor, viviendo en la mayor miseria. Se refiere en forma despectiva a los indígenas describiéndolos como a “seres que viven en chozas miserables y sucias, poseídos de supersticiones hijas de la ignorancia”.
El tono de las observaciones de los europeos sigue con frecuencia este tipo de visión condenatoria que lentamente la arqueología y la antropología de las últimas décadas ha ido revirtiendo. El investigador David Yesner de la Universidad de Alaska ha provisto de vívidas descripciones del hábitat del canoero Yamana. En el sitio de El Túnel aparecen casas semi-subterráneas que contrastan con la visión etnohistórica de los europeos del siglo XVIII y XIX, que describieron siempre una gran movilidad en los canoeros. Los descubrimientos arqueológicos parecen mostrar épocas de mayor sedentarismo, con períodos largos de ocupación de sectores costaneros. Junto a estas señales hay evidencias de una época de mayor ceremonialismo, que denotaría un período de mayor complejidad social, con un incipiente arte decorativo y ornamental. Para el siglo XIX se nota en los yacimientos arqueológicos una mayor abundancia de utensillos de origen europeo, lo que indica un creciente contacto con los blancos.
Los Yamanas descriptos por los cronistas en los últimos trescientos años son ya una cultura en proceso de decadencia ocasionada principalmente por aquellos que relatan la historia. Menor ornamentación, menor actividad ceremonial, más nomadismo y mayor dependencia de los moluscos son algunos rasgos de la decadencia de los canoeros. La competencia con los europeos por los recursos pudo ser desencadenante de la catástrofe demográfica. Los balleneros y loberos hicieron de los mares del Sur un centro de caza de alta intensidad e impacto, generando una severa escasez en la provisión de alimentos para los canoeros. En el sitio de “Lancha Packewaia”, unos 10 km. al Este de Ushuaia, hay asentamientos de 4000 años de antigüedad. Es posible observar una tendencia que se ajusta a lo dicho con anterioridad. Paulatinamente disminuye el consumo de guanacos y mamíferos marinos y aumenta el consumo de peces y mejillones, quedando todavía abierto el debate en torno a la responsabilidad de los europeos en este comportamiento y debatiéndose si la presencia de cazadores competidores no hizo sino profundizar y agravar una tendencia que ya era rastreable desde unos cuatro siglos atrás. En el sitio de El Túnel que mencionamos antes, hay un primer componente de 5000 a 4200 años a.c. y un segundo componente de 4200 a 3700 años a.c. donde hay rastros de mamíferos, aves y peces sin notarse el uso de los mejillones sino hacia el final del segundo componente y durante el tercero desde el 3700 al 2000 a.c. En el cuarto componente, desde el 2000 al año 700 aparece el arco y la flecha, cosa que contradice la idea de un deterioro permanente de este pueblo, y muestra su capacidad de generar innovaciones tecnológicas. Según Yesner, los rasgos de involución cultural se dan ya bajo la influencia del contacto con los europeos, marcada por la competencia por los recursos, una menor ornamentación, un menor ritualismo y mayores enfermedades y mortandad.
VII
La vida semi-nomádica estaba asociada a una rutina desarrollada parcialmente en las canoas. La familia Yamana en los siglos XVII y XVIII era tanto monogámica como poligámica. La mujer remaba, juntaba mejillones, atendía a los hijos, se sumergía en las aguas heladas del canal en busca de bivalvos y recolectaba frutos. Los hombres cazaban, pescaban y construían sus canoas, los niños con frecuencia tenían a su cargo funciones como la de cuidar el fuego. Estaban divididos en grupos de familias independientes con ocasionales disputas y luchas entre ellos, teniendo la familia el rol determinante en la vida de este pueblo.
Había mucha libertad para formar pareja pudiendo en algunos casos romper con los vínculos matrimoniales. Los hombres tenían el rol fundamental de la construcción de las canoas, las cuales eran de corteza de árbol, por lo cual es muy probable que realizaran trabajos colectivos de cooperación entre las familias. Esos botes debían tener gran estabilidad con un calado mínimo, para el transporte de unas 5 ó 6 personas, siendo capaz de navegar sobre los cachiyuyos, y ser retirados rápidamente del mar a la costa cuando fuera necesario. Ha sido arduamente discutido el grado de coordinación entre los distintos grupos familiares, siendo todavía un capítulo abierto el referido a la organización política de esta cultura.
El varón parece haber tenido un dominio rígido sobre la familia. Las mujeres mostraban algunas características extraordinarias, como el hecho de parir con frecuencia solas, al aire libre, a veces mediando baños en las aguas heladas y con la ocasional asistencia de otras mujeres.
Frecuentemente los niños llevaban el nombre de la localidad donde nacían. Tenían sobrenombres y estos podían ser burlones. Los matrimonios no eran definitivos afianzándose, sin embargo, con la llegada de los hijos, registrándose máximos de hasta cuatro esposas. Aparentemente no había propiamente caciques, por lo que el poder del padre de cada familia era grande.
En las decisiones colectivas la voz de los ancianos y de los hechiceros, los Yacamusch, eran tenidas en cuenta. De todos modos, aunque difícil de determinar, lo cierto es que la organización social no logró evitar la desintegración de este pueblo ante el avance de los blancos.
La posibilidad de los jóvenes de acceder a una pareja dependía de la realización de una ceremonia de iniciación, la cual para los varones tenía lugar dentro de una choza grande construida a tal efecto. Esta ceremonia era la Kina celebrada para los miembros masculinos de la tribu, constituyendo un rito corto de iniciación para que los niños se convirtieran en adultos. En esta había expresas referencias hacia épocas anteriores de matriarcado, una situación aborrecida por los hombres. Desafortunadamente no hay acceso directo al cúmulo de creencias religiosas de los Yamanas, y los mitos han sido en general transmitidos por misioneros cristianos por lo que existe un severo riesgo de prejuicios y distorsiones. Pueden haber tenido alguna creencia en un Dios Watauinewa, invisible y dueño de todo lo creado, llamado el anciano, el antiguo, acaso un Dios superior al resto, capaz de dar o quitar la vida, y que desde el cielo podía contemplar y juzgar lo que pasaba en la tierra. Es bastante obvio que uno debe ser muy precavido pues la asimilación al pensamiento cristiano fue siempre una tentación para los catequistas.
Parece sostenible afirmar que eran politeístas. Por diversas fuentes se ha mencionado a Tainowa, un Dios habitante del interior de la tierra, a Taruwalem, un Dios vengativo, siempre malhumorado; unos dioses hermanos, los Yoalos, inventores, creadores de cosas útiles para los hombres. Algunos elementos de la naturaleza parecen haber sido divinizados, por ejemplo Lem, el sol, bueno, alegre, benefactor, y Akainis, el arco iris, casado con la luna Hanuja, hermosa pero vengativa diosa.
Temían ciertamente a los espíritus, sobre todo al de los muertos. Parecen haber temido la resurrección de los muertos que reaparecían y se vengaban por los males padecidos. Estos temores era canalizados a través del Yacamush o hechicero. Es dudosa la posición social de estos Yacamush; según Nora Hansen, tenían la categoría de Shamanes, de “medicine man” o curanderos. Gusinde en 1922 presenció una ceremonia de Loima Yekamus, una suerte de reunión de candidatos a Shamán. Acaso se debe haber requerido una predisposición interior, lo que llamaríamos una vocación para esa actividad, a lo que se sumaba, una enseñanza sobre cánticos, ritos y creencias básicas. Tenían la facultad de interpretar sueños, y de poder influir o por lo menos predecir los cambios climáticos. Durante la fiesta de iniciación secreta de los hombres, la Kina que hemos mencionado antes, los Yacamush tenían poderes y funciones especiales. Es también probable que las familias, ante determinadas contingencias como expediciones de caza o guerras, se coordinaran bajo la dirección de un Shamán. Estos médicos brujos debían también dar algún consuelo o protección contra los dioses o espíritus peligrosos para el hombre como por ejemplo frente a Hanuj la artera luna, o los demonios Lakunna que vivían en el mar, o el Hannush, un gigante de 3 m que se escondía en el bosque.
Para concluir quisiéramos recoger lo escrito en los informes de Hyades y Deniker donde se muestra los aspectos que más humanizan a estos espectros que se han perdido en el tiempo. Mientras todavía alegraban las aguas del Sur, Hyades y Deniker los describían como conocedores de un fuerte sentimiento de la amistad, con un muy desarrollado amor filial. Hombres y mujeres capaces de amar, de combatir con valor, de ser orgullosos y con una gran capacidad de observación. Siendo humanos padecían aquellos defectos que tan bien conocemos nosotros; podía haber odios y resentimientos entre las familias, mantenían ocasionales luchas, practicaban la eutanasia de los ancianos que ya no podían seguir el ritmo del grupo, los hombres podían infligir duros castigos corporales sobre las mujeres y los hijos, todos defectos que nuestra cultura no ha conseguido ni remotamente solucionar. En definitiva personas, con sus creencias, sus placeres y dolores, miembros de una cultura a la cual no se le dio ninguna ocasión de poder vivir y desarrollarse de acuerdo a sus deseos e intereses. Hoy sólo queda el silencio, voces apagadas por el viento y el olvido, y ocasionalmente, algún intento, casi homenajes, de rescatarlos para la memoria, para aprender de los errores del pasado, y recordar a los que merecían un mejor destino que el brutal exterminio.
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