Causas del comportamiento diferencial de dos glaciares cordilleranos.
Investigación y trabajo de campo:
Expedición Cuenca del Río Santa Cruz (1992)
Roberto Hilson Foot
Relevamiento de glaciares 2012-2013 / 2017
Fotografías:
Roberto Hilson Foot
Agradecimientos:
A Nayi Awada por sus observaciones sobre el texto.
I
El camino abierto por parte de los exploradores europeos entre los siglos XVI y XVIII y de los científicos en los siglos XIX y XX hacia el descubrimiento y estudio de los glaciares cordilleranos y las cuencas hídricas de pendiente atlántica que alimentan, fue una ardua y peligrosa labor desarrollada a lo largo de esos casi cinco siglos. El acceso hacia esas fuentes glaciarias cordilleranas siguió en principio un camino, que se convirtió paulatinamente en el predilecto, o sea a lo largo del valle del río Santa Cruz, desde su zona estuarial que se describió como fondeadero accesible para las naves europeas a partir del Siglo XVI. Posteriormente en el siglo XIX y como una vía alterna, se exploró el acceso a los glaciares desde el sur, por la vía magallánica, para alcanzar el lago llamado hoy en día “Argentino” y penetrar por esta ruta hasta las cabeceras cordilleranas coronadas por los Hielos Continentales Patagónicos Sur.
En este primer capítulo rememoraremos la historia de esas exploraciones que implicaron descubrimientos y eventualmente la conquista que, hay que decirlo, estuvo asociada a la masacre y el genocidio de los pueblos originarios. Esas exploraciones desde la zona costera al este demandaron agotadores intentos de remontar hacia el poniente el caudaloso río Santa Cruz para llegar hasta las fuentes cordilleranas, que esbozaremos como una analogía de las sucesivas configuraciones cognitivas propias de la ciencia. Este proceso de descubrimiento estuvo con frecuencia vinculado con el asombro que los fenómenos que paulatinamente se iban atisbando en estas remotas regiones despertaban en los expedicionarios y que fue concordante con los caminos y etapas de exploración y descubrimiento que se fueron sucediendo en la región.
Ingresaremos por tanto a esa Patagonia profunda por esa huella histórica y geográfica “remontando” en nuestro relato el río Santa Cruz, cuyas aguas se originan principalmente en los deshielos de los glaciares cordilleranos y que se fueron incorporando a la sangrienta historia de la conquista de América a partir del crudo invierno de 1520 cuando la expedición comandada por Fernando de Magallanes (1480-1521) alcanzó esa región. Fue el primer río nominado por los europeos en el extenso litoral patagónico, comenzando a figurar tempranamente en la cartografía de los siglos XVI y XVII. Sin embargo, persistió por siglos la incertidumbre acerca de sus nacientes y aún en el mapa de J. David Williams, “Southern States of South America, La Plata, Chili, Paraguay, Uruguay & Patagonia” del Peoples Pictorial Atlas, publicado en New York, Boston & Chicago de 1873 se pierde el trazo cierto del río aguas arriba de lo que estimamos es Cóndor Cliff, lugar al que había llegado la expedición de Robert FitzRoy y Charles Darwin en Abril y Mayo de 1834.
Antonio Pigafetta (¿1480? -1534) uno de los miembros de la expedición liderada por Magallanes fue de los primeros en brindar información sobre el río por medio de un croquis muy rústico del estuario, aunque sin nombrarlo como Santa Cruz, en un mapa con una breve descripción y con muy escasa toponimia. Durante el transcurso de esa expedición en 1520, los españoles perdieron la nave “Santiago” de 75 toneles y una treintena de tripulantes que naufragó el 3 de Mayo unos kilómetros al sur de la desembocadura del gran río, bajo el comando de Juan Serrano o João Serrão, nacido en Fregenal de la Sierra y que moriría en el transcurso de esta expedición en la isla de Cebú en 1521. Los navegantes vascos tendían a establecer el desplazamiento de las naves por medio de una unidad de volumen el “tonel” o sea que, utilizando esta unidad, la nao o carabela “Santiago”, tenía unos 75 toneles. La proporción con la unidad preferida por los andaluces de toneladas era que cinco toneles equivalían a seis toneladas. La “Santiago” desplazaba entonces 90 toneladas y por su diseño era una nave ágil y maniobrable, pero a pesar de esas características no pudieron sus tripulantes salvarla ante los temporales patagónicos. Debido a este naufragio y las frecuentes tormentas, la zona tuvo durante siglos bastante mala fama como un lugar en extremo peligroso, Sin embargo, el estuario, por contar con agua fresca, una gran amplitud de mareas que permitía varaduras a los fines de reparar o calafatear las naves sobre playas accesibles y cierto reparo contra el viento en la margen sur, fue utilizado recurrentemente por muchas expediciones.
El explorador y cazador de focas británico James Weddell (1787-1834) formuló influyentes elogios sobre el estuario como puerto de recalada y lugar de abastecimiento de agua, leña y pesca. Luis Elías Vernet (1791-1871) primer comandante político militar argentino de las islas Malvinas, luego usurpadas por el Imperio Británico, visitó la zona como parte de un extenso viaje que incluyó el Cabo de Hornos, la Isla de los Estados, Tierra del Fuego y las Islas Malvinas, recomendando al gobierno argentino el estuario del Santa Cruz como puerto adecuado para una colonia.
El capitán inglés del “Beagle” Pringle Stokes que nació en Surrey el 23 de abril de 1793 y se suicidó en Puerto Hambre el 12 de agosto de 1828, exploró un año antes de su trágica decisión, con algunos de los hombres de la dotación del barco que comandaba, algo más de 50 km de la zona estuarial del río Santa Cruz no habiendo podido remontar su curso más allá de la isla posteriormente denominada Pavón, acaso por no contar con embarcaciones adecuadas para sortear la fuerte correntada. Esta exploración se realizó durante la expedición liderada por Phillip Parker King (1791-1856) oficial de la Marina Real Británica que alcanzó el grado de contraalmirante y que entre 1825 y 1830 lideró este viaje a América del Sur.
El capitán Robert FitzRoy (1805-1865) que había reemplazado a Pringle Stokes al comando del “Beagle” y a Parker King en el liderazgo de la segunda expedición decidió explorar todo el curso del río en busca de sus esquivas nacientes. Esta segunda expedición hidrográfica a Sudamérica se hizo a la mar, desde Inglaterra, el 27 de diciembre de 1831. Una vez arribados a la desembocadura del río Santa Cruz en abril de 1834, dispuso el capitán de 25 hombres de la tripulación del “Beagle”, embarcados en tres balleneras con provisiones para tres semanas con el objetivo de remontar el río. El primer día avanzaron rápido en la zona estuarial que ya conocían llegando a donde no se deja sentir mucho la marea. Midieron un ancho variable de 300-400 m y unos 3 m de profundidad del río. Charles Darwin (1809-1882) miembro de la expedición dejó constancia al igual que Robert FitzRoy de la velocidad de la corriente de 4 a 6 nudos por hora, describiendo al agua del río como de color azul con tintes lechosos, fluyendo sobre un fondo de canto rodado. El ancho del valle lo registraron como oscilando entre las 5 y 10 millas. Los expedicionarios del Beagle luego de más de dos semanas de luchar contra la corriente, agotarse con la desgastante sirga de los botes y ya con muy pocas provisiones, decidieron detener su avance el 4 de mayo de 1834. Emprendieron el regreso a partir del 5 de mayo navegando río abajo. Para el 8 de mayo habían desandado todo el camino sirgado, sin haber logrado llegar a la naciente del río. La corriente a medida que habían remontado el río se había incrementado en algunos tramos hasta alcanzar los 6 o 7 nudos. En las anotaciones del 22 de abril de 1834 Charles Darwin se refirió, al describir el valle que iban sirgando, a la maldición de la esterilidad que padecía la región (no que sea una tierra maldita) lo cual no siempre ha sido bien traducido. En realidad, llegaron a poca distancia del lago pasando el lugar conocido como Cóndor Cliff, por lo que debían estar a menos de una semana aproximadamente del lago. Por lo meandroso del curso del río, son unos 115 km que me llevaron en un par de ocasiones alrededor de cuatro o cinco días completarlos a pie tanto por la margen norte como sur del río. La primera vez que caminé en forma integral el curso del río, lo hice en solitario de Este a Oeste remontando el valle y tardando 19 días en enero de 1992, intentando identificar y recrear los recorridos tanto de la expedición de FitzRoy y Darwin como la del Perito Francisco Pascasio Moreno además de realizar observaciones geomorfológicas sobre el valle e hidrológicas sobre el río que me permiten dar la información de base de este capítulo.
En 1867 H. G. Gardiner, con el apoyo de Miguel Luis de Piedrabuena y Rodríguez (1833-1883) quien se había instalado en la isla Pavón en 1859 contribuyendo en forma decisiva a consolidar la soberanía argentina de la actual Santa Cruz mucho antes del genocidio de la campaña liderada por Julio Argentino Roca, logró lo que se les había escapado a C. Darwin y R. FitzRoy, alcanzando las nacientes del río. Piedrabuena no participó de la expedición, pero fue decisivo en su preparación y le corresponde al mencionado minero inglés Gardiner, el mérito de haber liderado la primera expedición de hombres blancos en recorrer todo el río Santa Cruz hasta su naciente. A mediados de 1867 y contando también con el invalorable apoyo del Cacique Tehuelche Casimiro Biguá (¿1819/20? -1874) partieron a caballo de la Isla Pavón: J. McDougal, N. Peterson, J. Hansen (o Hanson según algunos documentos) y H. G. Gardiner, tardando 18 días para llegar al lago. A partir de esta expedición agregamos al conocimiento del escurrimiento lótico del río Santa Cruz, la condición léntica o lenítica del lago ahora llamado “Argentino” en el camino geográfico e histórico que estamos recreando hacia los glaciares y hielos continentales cordilleranos.
Unos pocos años después le correspondió la responsabilidad al subteniente Valentín Feilberg (1852-1913) con apenas 21 años, de ser el líder de la segunda expedición que alcanzó las nacientes del río Santa Cruz luego de recorrer todo el curso del río. Arribaron al estuario del río Santa Cruz en la goleta “Chubut”, al mando del Tnte. Cnel. G. Lawrence. Feilberg había sido nombrado el 14 de julio de 1873 como subteniente de marina y con ese grado lideró la difícil misión. Sirgaron un pequeño chinchorro de la goleta habiendo partido el 6 de noviembre de 1873 para llegar al lago, luego de 20 días de expedición, el 26 de noviembre de ese mismo año, no logrando sin embargo navegarlo. Los hombres designados para acompañar a Feilberg fueron el contramaestre Jorge Stevens, el timonel William Jacobs, ambos galeses, el marinero Miguel Duffi, genovés y el marinero correntino Juan Echevarría.
Cuando el 14 de febrero de 1877, cuatro años después de la expedición liderada por Feilberg, Francisco Pascasio Moreno (1852-1919) junto a los pocos hombres que lo acompañaban llegaron al lago, o sea a la fase léntica o lenítica de la cuenca, lo bautizaron como “Argentino”, coronaron con éxito una agotadora expedición de un mes. Fue al día siguiente, el 15 de febrero de 1877, que Moreno dio nombre al gran lago y lo relató textualmente en su obra “Viaje a la Patagonia Austral”: “¡Mar interno hijo del manto patrio que cubre la cordillera en la inmensa soledad, la naturaleza que lo hizo no le dio nombre; la voluntad humana desde hoy te llamará Lago Argentino!”
A casi 80 km al OSO de la naciente del río Santa Cruz, se encuentra el glaciar que llevará con el tiempo el nombre de este esforzado explorador e investigador, quien fuera el primer blanco en navegar las aguas del mayor lago de la Patagonia argentina.
Ese mismo año de la expedición liderada por Moreno, el Comandante General de Marina de Chile libró un oficio con fecha 4 de septiembre de 1877, por el cual enviaba al capitán de fragata Juan José Francisco Latorre Benavente (1846-1912) a organizar una expedición para explorar los valles orientales de los Andes. En febrero de 1873 había sido ascendido a capitán de corbeta tomando primero el mando del “Toltén” y luego la comandancia de la “Magallanes” de 950 toneladas, 61 metros de eslora, casco de hierro con arboladura de corbeta, pero al estar armada con cañones se la denominaba cañonera. En 1877 siguiendo las instrucciones de la comandancia partió la expedición de exploración de los valles orientales de los Andes liderada por el Tnte. 2º de la Marina Juan Tomás Rogers integrada por el Guardiamarina Luis V. Contreras, dos marineros de la dotación de la “Magallanes” y los indispensables baqueanos Santiago Zamora y Francisco Jara. Además, se incorporó el joven naturalista Enrique Ibar Sierra (1858- 1878) y posteriormente se les unió el explorador y aventurero inglés William H. Greenwood. Esta expedición logró llegar a la margen sur del lago que Greenwood llamaba Santa Cruz y en la actualidad es conocido como Argentino, pero debieron regresar prematuramente, ante las noticias del violento “Motín de los Artilleros” en Punta Arenas.
En 1879 el mismo Juan Tomás Rogers formó un segundo grupo integrado por el guardiamarina Víctor M. Donoso, el marinero J. D. Albornoz y los conocidos baqueanos Zamora y Jara, además de Agustín Urbina. Con ellos emprendió el viaje hacia el norte el 4 de enero, partiendo desde Punta Arenas por expresa comisión de la Comandancia General de la Marina de Chile. Luego de explorar y vadear el Río Gallegos se encaminaron hasta la orilla sur del lago Argentino emprendiendo en esta segunda ocasión la exploración por su costa hacia el Oeste. En febrero de 1879 lograron divisar el glaciar que J. T. Rogers denominó Francisco Vidal Gormaz (1837-1907) en homenaje al Capitán de Fragata que fue nombrado en 1874 como primer director de la Oficina Hidrográfica de la Marina de Chile. La denominación de Magallanes para la península frente al glaciar está inspirada en la corbeta-cañonera chilena que hemos descripto, desde donde se organizaron las expediciones, toponimia que además remite al estrecho en el que está emplazada Punta Arenas y a su descubridor europeo en 1520. A partir de este momento podemos empezar a completar la visión alternante entre lo lótico y lo lenítico de la cuenca del río Santa Cruz abriendo nuestro estudio a los hielos continentales.
La denominación de Glaciar Moreno se fue consolidando a partir del “Relevamiento Hidrográfico del Río Santa Cruz” de 1899 a cargo del Teniente de Fragata Alfredo R. Iglesias. El trabajo en el río de la comisión argentina integrada por los Tenientes de Fragata Alfredo R. Iglesias, Enrique Flíess y Pedro Padilla, y los “Alféreces” de Navío Manuel Duarte y Jorge Yalour, fue muy detallado y tomaron nada menos que “6.500 sondajes, cuyas posiciones fueron referidas a 712 estaciones”. A partir del informe que presentaron en 1901 se comenzó a consolidar la toponimia que incluía “Río Santa Cruz”, “Lago Argentino” y el “Glaciar Perito Moreno”.
Por la misma época el alemán Rudolph Johannes Friedrich Hauthal (1854-1928) adscripto a la Comisión Argentina de Límites, estudió la zona y denominó al glaciar en cuestión Bismarck Gletcher. El explorador inglés Hesketh Vernon Prichard (1876-1922) en “Through the Heart of Patagonia” denominó al río como Santa Cruz y al lago como Argentino. Interpretó correctamente que el supuesto Lago “Rica” (sic) era un brazo del Lago Argentino y que hoy denominamos Rico. Al glaciar lo denominó en el Capítulo XIX “… the great glacier on the western side of the Canal de los Témpanos” y en el mismo capítulo es que se refirió al “glaciar de los témpanos” en su exploración de 1900-1901. En 1909 el explorador sueco Carl Skottsberg (1880-1963) insistió en su libro “The wilds of Patagonia; a narrative of the Swedish expedition to Patagonia, Tierra del Fuego and the Falkland (sic) Islands in 1907-1909”, con el nombre Bismarck en el Capítulo XVII titulado Lago Argentino. Con el tiempo, evitamos el oprobio de nominar al emblemático glaciar con una remota y autoritaria figura que poco tenía que ver con nuestra historia sudamericana.
El Glaciar Moreno, al que se había llegado luego de tan grandes esfuerzos, corre en una dirección predominante ENE, a los 50° 30` de latitud Sur. Es uno de los muchos glaciares que se desprenden de la enorme masa de hielo conocida como el Hielo Continental Patagónico Sur o denominado generalmente como Campo de Hielo Patagónico Sur por los hermanos chilenos y que en inglés es referido como el “Southern Patagonian Icefield”. Esta masa de hielo continental se extiende a lo largo de 350 km. entre los 48° 20′ y los 51° 30′ de latitud Sur cubriendo un área de unos 13.800 km2 a una altura media de 1500 a 2000 m.s.n.m. Lamentablemente, por efecto de la aceleración en el calentamiento global, se encuentra en constante retroceso por lo que recientes estimaciones en las primeras décadas del siglo XXI ubican su superficie más cercana a los 12.500 km2.
De esta masa de hielo se desprenden gran cantidad de glaciares, la mayoría de ellos hacia el Pacífico, pero algunos muy importantes como el Viedma, Upsala u Onelli hacia el Atlántico. En este último grupo se encuentra el Glaciar Moreno, cuyo sector frontal llega hasta el canal de los témpanos del Lago Argentino. El glaciar está dentro del Parque Nacional Los Glaciares, en el SO de la provincia de Santa Cruz. Este parque fue creado en 1937 por la ley 13.895 a algo más de 300 km de Río Gallegos la ciudad capital de la provincia y constituye uno de los atractivos turísticos más importantes de la República Argentina.
Según el archivo de la División Sismológica del Servicio Meteorológico Nacional que tiene datos discontinuos desde 1877 se habían registrado hasta 1995, 18 temblores en la zona. De estos fueron de cierta consideración el de junio de 1930, enero de 1944 y mayo de 1952, sin embargo, debe destacarse que en algo más de 100 años no ha habido terremotos importantes, aunque de acuerdo a los pobladores del lugar que he consultado en varias ocasiones a lo largo de diversas expediciones, me han confirmado reiteradamente que se perciben leves temblores en forma bastante recurrente. A la enumeración anterior podemos agregar los movimientos sísmicos de 1986, 1992, 1999 y 2004.
El Glaciar Moreno se encuentra en una zona de clima frío y húmedo y afectado sobre todo por el anticiclón del Pacífico Sur. Es una zona de intensos y persistentes vientos, unas latitudes conocidas como los “Roaring Forties” (Los Cuarenta Bramadores). En la Estación Meteorológica Lago Argentino ubicada a menos de 60 km al este del glaciar, el promedio anual de la velocidad del viento es de entre 5 y 10 km/h en invierno, mientras en verano ese valor se eleva a entre 15 y 20 km/h, siendo por lo tanto bastante más fuertes los vientos en primavera y verano con uno o dos meses con velocidades promedio superiores a los 20 km/h. Estos vientos predominantes lo son desde el cuadrante Oeste, registrándose, además sobre todo en invierno, una importante contribución de vientos desde el Este. Haciendo un análisis histórico puede detectarse una tendencia hacia registros anemométricos menores. De acuerdo a los datos estadísticos en la década de 1940 del siglo XX la media del viento fue de 17 km/h. En la siguiente década esa velocidad cayó a 15 km/h. Durante la década de 1960 el promedio se mantuvo en torno a los 15 km/h para caer a 12 km/h en la década de 1970. En los 1980’s los valores medios se mantuvieron en torno a esta velocidad, casi 5 km/h menos que durante la década de 1940. Estos valores corresponden a Calafate estimo, por las experiencias personales de contrastar los reportes meteorológicos de Calafate con las condiciones en la zona del glaciar, que la velocidad del viento es superior en la zona cordillerana.
Estos vientos desde el Pacífico Sur traen una gran cantidad de precipitaciones a la zona cordillerana. Las evaluaciones de la Dirección General de Aguas en 1987 asignaban a esta zona de la cordillera precipitaciones anuales superiores a los 4000 mm, con estimaciones máximas del orden de los 6000 y 7000 mm, para la ladera occidental de los Andes. En la ladera oriental las precipitaciones disminuyen con gran rapidez, considérese que la población de Calafate a menos de 70 km al Este de la cordillera recibe de 10 a 40 mm de precipitaciones por mes, con totales anuales en torno a los 200 a 250 mm. A diferencia de los registros de velocidad media del viento, en el caso de las precipitaciones, no he podido detectar un patrón de evolución, siendo las décadas de 1960 y 1970 algo más lluviosas que las de 1940, 1950 y 1980. Tampoco es importante la variación estacional, siendo ligeramente más lluviosos el otoño y el invierno que el verano, sin embargo, no existe una estación de lluvias o una estación seca.
Con respecto a las temperaturas, los registros nos permiten estimar para la base del glaciar una media anual de 7° C. Las máximas medias del verano son de 16 a 18° C siendo las mínimas medias de invierno son del orden de los -2° C. Se estima que la isoterma anual de los 0° C, se sitúa por encima de los 800 a 900 m, ubicada en verano a unos 1500 m.s.n.m. algo importante si se considera que el Glaciar Moreno, a diferencia del Ameghino y el Upsala, tiene un amplio campo de acumulación por encima de esos 1500 m. Finalmente, quisiera consignar que la humedad relativa ambiente se ha mantenido en forma estable entre 55 y 60% como promedio anual a lo largo de los registros del Servicio Meteorológico Nacional.
El Glaciar Moreno es a la luz de lo expuesto un glaciar de latitudes medias. Su longitud máxima es de algo menos de 30 km. Si se mide desde el Cerro Pietrobelli a 2950 m de altura hasta el frente del glaciar en el canal de los témpanos hay 23 km. La superficie estimada del glaciar es de algo más de 255 km2. El ancho entre el Co. Moreno y el Cordón Reichert es de unos 4 km. El frente del glaciar sobre el canal de los témpanos tiene una altura entre 50 y 80 m sobre el nivel del lago y se extiende por entre 5 y 6 km. La altura máxima de acumulación del glaciar está entre los 2.500 y los casi 3.000 m. del Cerro Pietrobelli. Es muy importante destacar que la divisoria de agua del glaciar se encuentra en general a unos 2.000 m, una altura muy superior a los 1.350 m del Glaciar Upsala en gran parte de su perímetro. Se estima que el E.L.A. (Equilibrium Line Altittude) para el glaciar Moreno es de entre 1150 y 1170 m sobre el nivel del mar.
El glaciar es en general de un color blanco, con poca carga morrénica, a diferencia por ejemplo del Glaciar Ameghino o el Upsala. Presenta una gran cantidad de grietas, cuevas y seracs que son de cuidado cuando se lo transita. El glaciar Moreno termina como dijimos en el lago Argentino aproximadamente a 180 m sobre el nivel del mar en el canal de los Témpanos y el Brazo Rico. Una de sus peculiaridades, es que a diferencia de la enorme mayoría de los glaciares del mundo que retroceden, este se encuentra en un estado de equilibrio con oscilaciones notables de la zona frontal. Es uno de los pocos glaciares que se desprenden de los Hielos Continentales Patagónico Sur o para ser más precisos del Campo de Hielo Patagónico Sur que no retroceden, cosa que ocurre también por momentos con, por ejemplo, el glaciar Pio XI de 1265 km2 y un largo máximo de 64 km lo que lo convierte en el mayor glaciar de Sud América unas cinco veces más grande que el Moreno.
II
Este contraste entre la estabilidad del glaciar Moreno y la contracción de la abrumadora mayoría de los glaciares del mundo generó tempranamente en mí, una situación de asombro. Me parece pertinente, en tanto este trabajo constituye, además de una presentación de investigaciones geomorfológicas, una consideración sobre la ciencia que pretende darle continuidad a la labor que iniciamos en nuestro libro anterior en coautoría con Pía Simonetti “Darwin entre ostreros y pingüinos”, al explorar algunas de las raíces clásicas del concepto de asombro tan influyente al momento de desencadenar investigaciones tanto en la ciencia como en la filosofía.
En griego clásico Έκπληξη se entendía como un estupor vinculado a un respeto profundo a veces incluso asociado al terror. Κατάπληξη es consternación que incluso puede generar espanto. Karl Jaspers (1883-1969) en su obra “La Filosofía” siguiendo la deriva filosófica de Platón (427-347 a.C.) y Aristóteles (384-322 a.C.) identificó al asombro como origen de la filosofía, aunque impropiamente igualó las conceptualizaciones de estos dos grandes filósofos griegos. En estas coordenadas gnoseológicas clásicas, admirarse impele a conocer o se asocia al conocer la verdad lo que Jaspers ignoró o pretendió ignorar en su obra al no considerar las diferencias conceptuales entre el fundador de la Academia y el del Liceo. Por otro lado, casi como la otra cara de la moneda, es en el asombro en que cobramos conciencia de no saber.
El texto de Platón que más se acerca a lo presentado por K. Jaspers es el Teeteto, (Θεαίτητος) que en 155 d 3 señalaμάλα γὰρ φιλοσόφου τοῦτο τὸ πάθος, τὸ θαυμάζειν· οὐ γὰρ ἄλλη ἀρχὴ φιλοσοφίας ἢ αὕτη, καὶ ἔοικεν ὁ τὴν Ἶριν Θαύμαντος ἔκγονον φήσας οὐ κακῶς γενεαλογεῖν.En ingles se podría traducir cómo: “For this feeling of wonder shows that you are a philosopher, since wonder is the only beginning of philosophy”, con posteriores referencias míticas en el texto. Ese “asombro/wonder” que menciona Platón es un “sentimiento/feeling” que se nos presenta como la condición en la que debe encontrarse el filósofo como tal, pues es el único “inicio u origen/beginning” de la filosofía. El saber, en este esquema propio del Platón de madurez o vejez posterior a 385 a.C. encontraría su origen en este mundo, en la inevitable condición en la que el alma se degrada en su unión al cuerpo a partir de que el alma (ψῡχή) tal como lo enuncia en Πολιτεία (República) 612 a, se ve afectada por infinitos males en tanto situada en condición de encarnadura. Platón pensaba en este contexto de lo humano, que el asombro debía entenderse como una involuntaria afección que puede ser originada por lo verdadero, pero con el supuesto por un lado metafísico de una verdad vinculada con la trascendencia, complementado con el supuesto antropológico de la posibilidad para el alma de acceder al mundo de la necesidad que podríamos simplificar refiriendo a las “ideas”.
El asombro, si consideramos otras obras del filósofo dialéctico, no sería un mero disparador gnoseológico de la investigación empírica. En el esquema antropológico tripartito de Πολιτεία (República) ese estado de asombro parece afectar al alma racional (τó λογιστικóν). Platón revelaba un esquema metafísico que sostenía la suposición de que en realidad el asombro no acontece ante una experiencia, situación o fenómeno particular sino frente a la totalidad de lo que hay, pues suponía la posibilidad de vincular la afección parcial propia de la sensibilidad, espacial y temporalmente determinada, apropiada tanto por una operatoria propia de la gnoseología y antropología, como por los supuestos cosmológicos y metafísicos. Al logistikón (τó λογιστικóν) como parte racional del alma, le corresponde la reflexión que implica un saber que puede tener la pretensión de dar cuenta de una totalidad. En esta encrucijada es que Platón pensaba al asombro como un estado del alma asociado al conocer y a la verdad. En la forma alegórica que lo presentaba se refería a la diosa Iris (Ἶρις) como la hacedora de discursos, la mensajera de los dioses, hija del dios Thaumas o Taumante, (Θαύμας) que era hijo del mar (del Pontos) al que se suele asociar con “maravilla”, “milagro” por lo que se lo conoce como el asombroso o el magnífico.
En Platón, el asombro está vinculado con un acontecimiento filosófico, casi traducible como el deslumbramiento, acaso una forma de pasión del alma racional. Es esta constitución antropológica, la que nos permite experimentar el asombro frente al orden de las cosas, o sea el deslumbramiento ante la necesidad de las ideas que contrasta con lo que considera vanos intentos de la humanidad por ignorar lo necesario. Hay un asombro, una estupefacción platónica, cuando se reconoce que, tras lo mudable y cambiante, acaso lo caótico del mundo sensible, hay un logos (eidos), un orden de lo necesario y por tanto verdadero. La impronta platónica tiende a sustraer al asombro del plano de la contingencia individual, o sea el de una subjetividad finita y mudable, diferenciándolo del asombro experimentando en el mundo, frente por ejemplo, al comportamiento diferencial de los glaciares como fue en mí caso.
En Platón el asombro se vincula, por lo tanto, con la revelación de la magnificencia del orden de la verdad que solo se logra en su perspectiva a condición de liberarse de las ataduras de los sentidos, lo que ubica al asombro casi como un punto de llegada cuya conclusión antropológica no tiene incidencia alguna en la constitución de ese orden que legítimamente podemos categorizar como trascendental. Ante esta situación habrá una afección o experiencia intelectual, “pathos”, del verbo “πάσχω”, que nos indica que estamos afectados en forma de intelectos (τó λογιστικóν) padecientes. En este sentido es que el asombro platónico es un “pathos” o quizás para ser más precisos, supone un “pathos”. En la experiencia platónica del asombro debemos perseverar en el camino, que a los fines de simplificar podemos llamar dialéctico, para permitirnos desvelar y acceder a lo real lo que nos genera el asombro.
Me resulta difícil sostener en esta clave platónica que el mero hecho de ver los glaciares hace más de cuarenta años me pudo haber causado ese asombro. Específicamente fueron años de observaciones, expediciones, recorridas exploratorias, navegaciones y lecturas de brillantes investigadores como Pedro Skvarca, Masamu Aniya, Carl Czon Caldenius, Egidio Feruglio, Renji Naruse, Jorge Rabassa, Fidel Roig, Andrea Coronatto entre muchos otros, que me brindaron mucha información para conceptualizar lo observado y hacerme notar el fenómeno del movimiento diferencial y atípico de Glaciar Moreno. Paulatinamente se gestó en mi encrucijada biográfica, una situación en que pude experimentar el asombro, que motivó la pregunta por la etiología del fenómeno del movimiento diferencial de los glaciares considerados en este capítulo. En términos estrictamente biográficos se me hizo evidente el contraste entre las dinámicas de los glaciares gracias a que me lo señalaron los integrantes de la tripulación de un barco en el que navegaba el Lago Argentino. No puede pensarse en una pasividad meramente receptiva como generadora del asombro y más bien resulta de una actividad, pero no ante la totalidad como lo supone Platón, pues lo que intentamos es reconsiderar esa asombrosa parcialidad a la luz de configuraciones sucesivas que constituimos a partir de generalizaciones y comprensiones que modelan una realidad empírica que con frecuencia se nos aparece vinculada con ese “pathos” enrevesado, caótico a veces contradictorio.
Es a partir de la condición finita de nuestra humanidad que podemos entender que nuestro saber es parcial, mudable, tentativo y en el contexto de este condicionante antropológico, pretender absolutizar ese saber, entraña la negación de nuestra condición humana entendida como finta. En esta dimensión, el asombro nos confronta con la imposibilidad de dar cuenta de una integralidad necesaria del mundo y el asombro tal como lo entendemos en contra de la posición platónica, nos conduce a elaborar una verdad que siempre será provisional a partir de la parcialidad y finitud antropológica. No habría a nuestro entender en este proceso un “desvelamiento” o “desocultamiento” del mundo, concepciones que pueden facilitar opiniones dualistas tan indispensables para el pensamiento platónico. Por último, ese asombro que he esbozado supone una dimensión social y no una mera expresión de una subjetividad soberana pues este tipo de subjetividades trascendentales nuevamente nos arrastran al dualismo de la necesidad platónica. El asombro que buscamos expresar no escapa a la gestación social del conocimiento, de hecho, creo recordar que la primera vez que escuché acerca del desarrollo diferencial del glaciar Moreno y el Upsala fue como lo mencioné, justamente conversando con la tripulación de un bote en el Lago Argentino frente a los glaciares. Esos contextos de generación están atravesados por heterogéneas densidades sociales y discursos que han impedido el supuesto de una igualación democrática del asombro ante el mundo. Si el asombro se expresa en contextos sociales significa que está condicionado por las asimetrías socioeconómicas y políticas propias de esos contextos.
En el caso de Aristóteles (384-322 a.C.) nacido en la ciudad de Estagira sobre el mar Egeo, destruida por Filipo de Macedonia en 349 a.C. aunque luego reconstruida por el mismo rey y posteriormente por su hijo Alejandro acaso por la intermediación del filósofo que fue su maestro. En ese compendio que llamamos Tὰ μετὰ τὰ φυσικά en 982 b 11 el asombro o admiración es presentado como una capacidad propia de “todos” los hombres incluso ya observable en los niños según el estagirita.
Este universal antropológico en Aristóteles debe ser relativizado pues recordemos que opinaba, degradando su pensamiento y a la misma filosofía, que había esclavos por naturaleza por lo que es contradictorio mantener en su obra un universal gnoseológico y señalo de paso, que se tiende con demasiada frecuencia a falsificar por este rasgo su ética, cuando se soslaya su expresa negación del universal humano al afirmar a lo largo de Política 1252/1253 que el esclavo es una posesión del amo, aclarando desvergonzadamente que es una posesión animada. Antes de que alguien intente esbozar una defensa fundada en una relatividad historicista les recuerdo que el mismo Aristóteles en Política 1253 admite que algunos contemporáneos suyos esgrimían que la esclavitud era “contra-natura” y solo una “convención” y como tal violenta e injusta, aún para exponentes contemporáneos de Aristóteles. Aclaro que nosotros como americanos del sur no podemos aceptar el falso universal aristotélico que ha sido replicado en diversas formas como una estrategia común en la prepotencia colonial europea, a lo largo de los siglos de sojuzgamiento de pueblos de todo el mundo y del que los paisajes patagónicos que estamos recorriendo, han sido escenario de algunos de esos sangrientos genocidios. Recordemos también que en Política 1252 Aristóteles nos aclara, para que no nos queden dudas, que bárbaros y esclavos somos lo mismo (no se asombre lector). Con respecto al asombro en Aristóteles, será entonces propio de los hombres, pero en ese sentido antropológico restringido, violento, sexista y racista.
Ese asombro que estamos analizando fue expuesto por Aristóteles y por la importancia del texto y como forma de contextualizar la discusión, creo conveniente exponer todo el largo párrafo al decir en la Metafísica: καὶ (y pues en efecto) γὰρ τἀγαθὸν καὶ τὸ οὗ ἕνεκα ἓν τῶν αἰτίων ἐστίν. ὅτι δ’ οὐ ποιητική, δῆλον καὶ ἐκ τῶν πρώτων φιλοσοφησάντων: διὰ γὰρ τὸ θαυμάζειν οἱ ἄνθρωποι καὶ νῦν καὶ τὸ πρῶτον ἤρξαντο φιλοσοφεῖν, ἐξ ἀρχῆς μὲν τὰ πρόχειρα τῶν ἀτόπων θαυμάσαντες, εἶτα κατὰ μικρὸν οὕτω προϊόντες (15) καὶ περὶ τῶν μειζόνων διαπορήσαντες, οἷον περί τε τῶν τῆς σελήνης παθημάτων καὶ τῶν περὶ τὸν ἥλιον καὶ ἄστρα καὶ περὶ τῆς τοῦ παντὸς γενέσεως. ὁ δ’ ἀπορῶν καὶ θαυμάζων οἴεται ἀγνοεῖν ̔διὸ καὶ ὁ φιλόμυθος φιλόσοφός πώς ἐστιν: ὁ γὰρ μῦθος σύγκειται ἐκ θαυμασίων̓: ὥστ’ εἴπερ διὰ. Podríamos traducir parcialmente al inglés como: “Now he who wonders and is perplexed, feels that he is ignorant thus the myth-lover is in a sense a philosopher, since myths are composed of wonders” (20) τὸ φεύγειν τὴν ἄγνοιαν ἐφιλοσόφησαν, algo así como “therefore if it was to escape ignorance that men studied philosophy” φανερὸν ὅτι διὰ τὸ εἰδέναι τὸ ἐπίστασθαι ἐδίωκον καὶ οὐ χρήσεώς τινος ἕνεκεν. Μαρτυρεῖ δὲ αὐτὸ τὸ συμβεβηκός: σχεδὸν γὰρ πάντων ὑπαρχόντων τῶν ἀναγκαίων καὶ πρὸς ῥᾳστώνην καὶ διαγωγὴν ἡ τοιαύτη φρόνησις ἤρξατο ζητεῖσθαι.
En castellano la parte más pertinente al tema en discusión dice “Pues los hombres (ἄνθρωποι) comienzan (πρώτων) y comenzaron siempre a filosofar (φιλοσοφεῖν) o a hacer las primeras (ἀρχῆς) indagaciones filosóficas movidos por la admiración; al principio, admirados ante los fenómenos sorprendentes más (15) “comunes/obvios” o sea los que estaban a su alcance; luego, avanzando “poco a poco/paso a paso” y planteándose problemas “mayores/más difíciles”, como las diversas fases de la luna (σελήνης) y los relativos al sol (ἥλιον) y a las “estrellas/astros” (ἄστρα) y la “generación/formación” del universo (παντὸς γενέσεως). Pero el que se plantea un problema o se admira, reconoce su ignorancia (ἀγνοεῖν). Por eso también el que ama los mitos es en cierto modo filósofo; pues el mito (μῦθος) se compone de elementos maravillosos aptos para excitar el asombro. De suerte que, (20) si los primeros o los que filosofaron para “huir/librarse” de la ignorancia (ἄγνοιαν), es “claro/evidente” que “buscaban/se consagraron” al saber en vista del conocimiento, y no por alguna utilidad”.
Aristóteles, de acuerdo al texto seleccionado y que hemos precariamente traducido, nos dice que la filosofía nace entonces de un asombro diferente al platónico. Es un asombro que tiene la potencialidad de motivar el conocer en general, cual si en el comienzo de toda actividad cognitiva encontráramos ese asombro. La realidad que confrontamos debe generar en nosotros inquietudes, dudas y una multitud de preguntas. Esa admiración parece siempre asociada a la ignorancia o acaso la conciencia de no tener respuestas adecuadas o satisfactorias para las preguntas gestadas en ese asombro. Este asombro aristotélico, es más acorde con la posición que hemos experimentado al entenderlo como principio o desencadenante de la investigación. En esta interpretación sobre glaciares parece haber sido un detonante o dicho de una manera menos brusca, un activador de nuestra investigación. En Aristóteles no hay una revelación de la verdad que nos genera asombro tal como aparece en Platón, sino que al asombrarnos iniciamos un camino de resolución de una duda, problema o conflicto que nos genera un enigma que puede entenderse como condición vinculada a los inicios de una investigación.
En línea con lo presentado es que muchos siglos después, Immanuel Kant (1724-1804) explicaba que la admiración ante un efecto a partir de múltiples posibles causas, se diluye cuando podemos demostrar clara y fácilmente la suficiencia de la causa para explicar el fenómeno. Estamos en nuestro caso más cerca de lo presentado por el filósofo ilustrado cuando experimentamos el asombro ante la deriva diferenciada entre los glaciares Moreno y Upsala en el lago Argentino. Curiosamente fue I. Kant quien en un opúsculo de 1763 destacaba como las cumbres nevadas generan un sentimiento de lo sublime que se aproxima a lo que uno experimenta ante la magnificencia de los glaciares patagónicos.
III
El asombro que he experimentado en el caso de la deriva diferencial entre los glaciares está, por lo explicado en el apartado anterior, más próximo a la idea de Aristóteles y I. Kant que a la de Platón pues fue un momento determinante el poder conceptualizar ese contraste tan marcado que registré entre el glaciar Moreno en equilibrio con oscilaciones frontales y el acelerado retroceso del glaciar Upsala, situado apenas 50 km al Norte y que cada año que lo visitaba daba muestras palpables de un paulatino repliegue. El glaciar Upsala es casi el doble de largo que el Moreno, alcanzando casi los 60 km; con un ancho de 5 a 7 km. Este asombro nos inicia por tanto en el camino de poder elaborar una etiología, que ha sido materia de arduas controversias, para intentar explicar las razones de tan disímil patrón de evolución entre los glaciares.
Volvamos entonces a intentar responder al asombro. El glaciar Moreno termina, como describimos, sobre el Brazo Rico, en el canal de los Témpanos frente a la península Magallanes y en el cuerpo principal del lago Argentino. La parte frontal sobresale entre 60 y 80 metros sobre la superficie del lago y debemos tener en cuenta que sondajes han arrojado profundidades de 60/80 m e incluso más de 100 m. El glaciar toca fondo razón por la cual puede obstruir el flujo de agua desde el Brazo Rico al Sur al cuerpo principal del lago al Norte cuando cierra en el canal de los Témpanos. Para sostener esta situación de estabilidad frontal el glaciar requiere una acumulación neta de más de 5000 mm que demanda a su vez unas precipitaciones mayores a los 7000 mm pues debemos descontar el escurrimiento superficial y la evaporación. El Equilibrium Line Altitude (E.L.A.) del glaciar Moreno es de 1115/1170 m lo que supone una gran proporción de su superficie como zona de acumulación. Este escenario nos habilita a intentar conjeturar sobre el patrón dinámico tan peculiar del Moreno en contraste con el retroceso del glaciar Upsala.
Hay tres factores que quizás pueden contribuir a una explicación y nos permitan asomarnos a las razones que explican ese patrón diferencial tan contrastante de evolución de los glaciares Moreno y Upsala:
-Primero: el hecho de que la zona de acumulación del glaciar Upsala está en general a menor altura que la zona de acumulación del Moreno, que tiene una proporción mayor de su superficie por encima de los 2.000 m. Esto podría significar una mayor acumulación proporcional de precipitaciones y una menor pérdida de agua por evaporación ante temperaturas superiores a 0° C. Recordemos que la isoterma de 0° C puede alcanzar los 1.500 m. sobre el nivel del mar a esta latitud durante el verano. Debe tenerse en cuenta qué hacia el Norte, el glaciar Upsala alcanza alturas menores a los 2.000 m. y sólo hacia el Oeste del Upsala hay alturas por encima de los 2.500 m. cómo el Cerro Bertacchi de 2.612 m., el Cerro Agassiz de 3.180 m. y el Cerro Bertrand de 3.064 m. Esta zona alta, sin embargo, es una parte proporcionalmente menor de la zona de acumulación del glaciar. Considérese que en la evolución de los últimos 20 años la zona hacia el Este del frente del glaciar Upsala alimentada predominantemente desde el Norte ha sido con frecuencia la de mayor retroceso. Contrastando con el más lento repliegue que suele presentar el frente hacia el Oeste más dependiente de esas altas cumbres, aunque aclaro que esto ha sido muy errático.
-Segundo: El nivel de divisoria de pendientes es en general más bajo en el Upsala que en el Moreno acercándose a los niveles de E.L.A. (Equilibrium Line Altitude). La altura de divisoria de aguas es entre el Upsala y el Viedma de 1.300 a 1.350 m. Considérese el contraste de esta cota con la división a 2.000-2.100 m. entre el Moreno y el Ameghino, los 2.500 a 2.700 m. de divisoria entre el Moreno y el glaciar Grande hacia el Sur, o la altura del Cordón Pietrobelli por encima de los 2.000 m. altura que lo ubica muy por encima de la isoterma de verano de los 0º C.
-Tercero: la zona de acumulación es proporcionalmente mayor en el Moreno que en el Upsala, tanto en relación con el total de la superficie como en relación con la superficie de ablación. En el caso del glaciar Upsala tiene una superficie de ablación de 325 km2 (en franco retroceso) que representaba hacia fines del siglo XX el 37/38 % del total de superficie del glaciar siendo por ende la superficie de acumulación del 62/63 % del total. En el caso del Moreno con 70 km2 como área de ablación, esta representa el 32/33 % del total, como vemos un área proporcionalmente menor, lo que significaría un derretimiento proporcionalmente menor al del Upsala. Es de destacar por lo tanto que nada menos que el 67/ 68 % de la superficie del Moreno es superficie de acumulación.
Estos tres factores, una proporción mayor del glaciar Moreno por encima de los 1.500 m. con más precipitaciones y menos evaporación, una divisoria de aguas en general más alta en el caso del Moreno y un porcentual mayor de la superficie del Upsala sujeta a la ablación podrían ser elementos a considerar en la explicación de las razones por las cuales mientras el Upsala ha retrocedido a veces aceleradamente, el Moreno se mantiene en equilibrio e incluso cuando se suceden años con precipitaciones intensas puede habilitar posteriormente a los avances frontales en los años subsiguientes.
Cuando nos hemos referido al equilibrio en que se encuentra el Moreno, ello se refiere a la longitud, ancho y grosor del hielo del glaciar, por tanto es un equilibrio entre la acumulación y la ablación, que resulta en una estabilidad en el volumen de hielo, pues bueno es recordar que un glaciar es una suerte de río de hielo y como tal en movimiento. El hielo del glaciar se mueve por la atracción del campo gravitatorio desde las zonas más altas en que predomina la acumulación hacia las zonas más bajas en que se incrementa paulatinamente la ablación. No son muchos los estudios que se han hecho sobre la velocidad del movimiento del hielo en los glaciares patagónicos, aunque afortunadamente en general han sido coincidentes en sus resultados. Mientras el glaciar Upsala se ha movido a velocidades en torno a los 3 a 4 m por día en zonas cercanas a la morrena central, en el glaciar San Rafael se ha medido un desplazamiento de 200 m por año. Entre 1974 y 1986 en el glaciar Tyndall se registró un movimiento de unos 85 m por año entre 1975 y 1985. Aclaramos que el flujo de hielo no puede pensarse como fijo ni estable. Hay efectos estacionales diferenciados, así como alteraciones en las velocidades relacionadas con la geomorfología de los valles, la temperatura ambiental, los eventos sísmicos y las variaciones en las precipitaciones. Se han registrado aceleraciones en el flujo del hielo, por ejemplo, sobre el final del verano o inicio de la primavera, con la menor velocidad en general en épocas invernales. Los registros para el glaciar Moreno dieron un promedio de 2 m por día en el trabajo presentado por Naruse, R., Skvarca, P., Kadora, T., Koizumi, K. (1992). En las zonas laterales afectadas por la fricción con los bordes del valle, la velocidad es inferior de 0.3 a 0.5 m por día mientras que, en la zona central, como dijimos, llegaba a máximos de 2 m por día. En la década de 1950, Raffo, J. M., Colqui, B. S., Madevski. M. E. (1953) midieron con resultados similares a los anteriores una velocidad de 1 a 2.5 m/día por la época de primavera y en la zona central promedios de 1.7 a 1.8 m/día. La diferencia entre el invierno y el verano en velocidad no excede el 10 % pero a medida que descendemos en altura esa diferencia puede aumentar.
Una de las peculiaridades que han convertido al glaciar Moreno en una atracción turística internacional es su oscilación frontal que lo lleva a dividir al Brazo Sur del cuerpo principal del lago Argentino en la zona conocida como el canal de los Témpanos. Contamos con registros históricos sobre todo a lo largo de los siglos XX y XXI que nos permiten cuantificar las variaciones en la sección frontal del glaciar como los registros que dan cuenta por ejemplo de los “endicamientos” en 1917, 1934-35, 1939-40 con un aumento del nivel del Brazo Rico de 9 m y en 1941-42 con unos 17 m de aumento de altura sobre el nivel del cuerpo principal del lago. Con frecuencia y siendo algo previsible por el efecto de la acumulación de calor y el aumento del derretimiento, las rupturas de esos diques suelen ser en el verano. Es posible afirmar, aunque no tenemos evidencia empírica de larga data, que el balance entre acumulación y ablación no es constante lo que incide en las variaciones frontales. Por ejemplo, en la década de los 1990´s el balance fue negativo pero hubo incrementos posteriores en precipitaciones que parecen haber revertido esa tendencia a principios del siglo XXI cuyos resultados más visibles fueron las obstrucciones de los años 2003/04 y 2005/06 lo cual arroja un total de por lo menos 22 “endicamientos” en 120 años de observación desde 1900.
Tempranamente desde esos primeros estudios hechos a fines de 1899 se notó un avance del frente del glaciar que lo llevó a alcanzar la orilla de la península de Magallanes en 1917. Este movimiento del glaciar obstruyó como señalamos el flujo del agua desde el Brazo Rico y del Brazo Sur hacia el cuerpo principal, lo que significa que cada vez que esto ocurre se acumula agua aumentando la presión hidrostática, fruto de una energía potencial creciente, contra la pared del glaciar en el Canal de los Témpanos. La zona norte del lago continúa drenando agua por la salida natural del río Santa Cruz hacia el Océano Atlántico manteniendo por ese medio su nivel normal. Esto produce una diferencia en la altura de las aguas de varios metros entre el nivel normal en la zona norte del lago y el crecimiento de la zona sur que no tiene salida al encontrarse obstruida por el hielo. La cota máxima alcanzada por las obstrucciones parece haber sido la de 1964/65 con un valor positivo algo incierto, pero de entre + 23/29 m. En ocasiones la masa de hielo no ha llegado a estar completamente pegada a la otra orilla como en 1948, 1949 y 1950, lo cual permite cierta descarga, minimizando el efecto de la inundación. En otras ocasiones como en 1947, el Canal de los Témpanos se vio cerrado por breve tiempo por un empuje aislado del glaciar. Se han registrado también los cierres que llamamos “grandes”, o sea por un largo período de varios meses, que producen un gran desnivel entre el sector norte y el sur, una creciente presión sobre la pared de hielo y los rompimientos espectaculares por la acumulación de energía potencial con inundaciones a lo largo del valle del río Santa Cruz con altos registros de energía cinética. En el cierre de octubre de 1939 por ejemplo, el nivel del sector sur, la sección llamada Brazo Rico, subió 9 m sobre el nivel normal. Esta marca fue superada en marzo de 1942 cuando el Brazo Rico alcanzó un nivel de 17 m sobre el nivel normal y consiguientemente sobre el nivel del sector norte. Un aspecto interesante es que estos “diques” prueban que el glaciar está asentado sobre el fondo del lago con una profundidad del lago frente a la península Magallanes que no debe ser superior a los 150 m.
En general los rompimientos del frente del glaciar se producen ante la acumulación de agua y consiguientemente de energía potencial y esto tiende a producirse durante el verano. Por ejemplo, en el avance de 1939-1940, el rompimiento se produjo en febrero, en el “endicamiento” de 1941-42 el rompimiento fue en marzo de 1942 o sea como indicábamos en el verano. En 2012 la ruptura también fue en el mes de marzo unas pocas semanas posteriores al máximo térmico continental. Recordemos que en la inundación de 1939 la diferencia entre los dos lados del glaciar superó los 10 m y el canal abrió ante semejante presión con gran violencia el 17 de febrero de 1940. En el caso anteriormente mencionado de 1947 hubo una muy corta obstrucción que alteró el nivel en no más de 2 o 3 metros; nótese la gran diferencia con las grandes inundaciones. Dentro de esta última categoría clasificamos a la de 1951-52 con 221 días de obstrucción y una diferencia de nivel de más de 11 metros. Al producirse la apertura del canal tardó 4 días en lograr el equilibrio entre los dos lados del lago reduciéndose el nivel del Brazo Rico en 8 a 9 m y aumentando el del canal de los témpanos en 2 a 3 m. Al año siguiente se produjo una de las más grandes inundaciones, con una diferencia de nivel de 14 a 15 m. A estos ejemplos debemos agregar los rompimientos ocurridos en febrero de 1988, en el verano de 2004 y en el invierno de 2008, además dos episodios menores durante la última década del siglo XX, así como el de marzo de 2012 fecha que facilitó una gran afluencia de turistas.
En general el proceso de rompimiento, analizando todos los ejemplos registrados, sigue tres claras etapas: comienza con canales marginales de agua, luego se producen grietas a través del glaciar por la presión y el flujo de agua, por fin un túnel y la posterior caída del techo equiparándose en pocos días los niveles del lago. Es conveniente resaltar para evitar ciertas presentaciones tendenciosas, demasiado preocupadas por las ganancias turísticas, que no hay un patrón fijo de obstrucción e inundación y hasta ahora no hay ningún método para predecir con exactitud el momento del rompimiento además de la creciente incertidumbre acerca del posible efecto que puede tener el calentamiento global sobre la deriva del glaciar a futuro.
Hemos explicado hasta ahora que el glaciar corta en dos al lago Argentino, al obstruir el canal de los Témpanos. Es importante que destaquemos que en la parte sur del lago se acumula el agua, por el efecto explicado de las obstrucciones, alimentado por precipitaciones, arroyos y ríos como por ejemplo El Cachorros y El Camiseta. La sección norte del lago con el canal de los Témpanos, canal Mayo, Brazo Upsala, canal Spegazzini, canal de la Olla, Brazo Norte y el cuerpo principal del lago sigue drenando a través del río Santa Cruz hacia el Océano Atlántico. Esa gran diferencia de nivel, debido a que el sector sur no tiene salida, finalmente acumula tanta energía potencial que rompe el glaciar y las aguas pasan con velocidad hacia el sector norte y luego, como se infiere de la presentación de la cuenca que hemos hecho en este capítulo, al río Santa Cruz. Es obvio que en esas circunstancias a lo largo del valle Santa Cruz se producen importantes inundaciones, las mismas han sido peligrosas para las explotaciones ganaderas de la zona. El otro aspecto a tener en cuenta es que existen dos importantes proyectos hidroeléctricos para el valle del río Santa Cruz que son las represas Cóndor Cliff y La Barrancosa, también conocidas como Néstor Carlos Kirchner y Jorge Cepernic respectivamente, proyectos que han esperado largas décadas para su ejecución y que deberán considerar entre otros los peligros de las repentinas inundaciones producidas por el rompimiento del glaciar y que deben en su diseño evitar tener una cota que alcance la cota del lago pues eso alteraría la alternancia lótica-lenítica o léntica y el flujo desde el lago al río.
IV
Luego de haber descripto he intentado explicar la deriva diferencial entre los glaciares Upsala y Moreno en la provincia de Santa Cruz y haber planteado las raíces clásicas del asombro filosófico o científico, haremos una breve consideración final sobre las posibilidades de aplicar los conceptos elaboradas por Edmund Husserl (1859-1938) para considerar si es posible utilizar las categorías de la fenomenología tanto en las ciencias sociales como naturales. Atendiendo al hecho de que venimos proponiendo la necesidad de lograr progresivas convergencias entre las ciencias sociales y naturales es pertinente considerar en qué medida la fenomenología puede ser una herramienta adecuada para lograr esa convergencia que nos permitan responder a la dilución de la verdad en la posmodernidad. Lo que estamos planteando es: ¿podría la fenomenología de E. Husserl ser una solución al problema que estamos planteando y que nos permita reelaborar una concepción nueva de la ciencia ante el agotamiento de los sentidos modernos tanto de la ciencia como de la filosofía? Me parece un desafío pertinente pues vuelvo a aclarar que además de los contenidos propios de la geomorfología, este libro pretende explorar ciertos problemas asociados a las condiciones del discurso científico en los contextos de las comunidades científicas frente a los desafíos asociados a la posmodernidad.
Por otro lado, es pertinente a los contenidos científicos de este libro, que intenta presentar observaciones sobre geomorfología, recordar que E. Husserl intentaba ponernos en guardia contra la reducción naturalista de las ciencias “exactas” que algunos consideraban que tenían la capacidad de limitarse a ser una ciencia de hechos. Esas ciencias fácticas en su versión decimonónica, caduca y perimida eran criticadas por E. Husserl al considerar que se deberían basar en la “eidética” pues entendía que en todo hecho mora una esencia que lo torna inteligible propugnando que las ciencias fácticas no pueden prescindir de la lógica.
En este esquema es que E. Husserl separó y opuso lo trascendental a lo empírico, reservando lo trascendental para lo fenomenológico. Impugnó en sus escritos la idea de una ciencia naturalista, concebida como fáctica o sea de hechos que se sostienen por sí mismos. Esta concepción de la ciencia es en la actualidad una pieza de museo y además fue presentada por E. Husserl de una forma estereotipada y a veces tendenciosa, muy lejana, por cierto, de los desarrollos y debates epistemológicos de fines del Siglo XX y principios del Siglo XXI.
En su trabajo de 1911 “La filosofía como ciencia estricta” hay una confusión entre los conceptos modernos de filosofía y ciencia y una inadecuada proyección de esas categorías a la Grecia clásica que en realidad estuvo más dominada por la idea de episteme (ἐπιστήμη) que no es reductible, con demasiada frecuencia burdamente tergiversada en traducciones, ni al concepto de filosofía ni al de ciencia en términos modernos. Creemos en contra de la pretensión de E. Husserl en la necesidad de escindir ciencia de filosofía resguardando a la filosofía y a las ciencias en sus respectivas especificidades y que el concepto antiguo de episteme no puede emparentarse unilateralmente ni con la idea moderna de filosofía ni con la de ciencia, sustrayéndolo del contexto histórico en que fue formulado.
Podemos concordar con la idea general de que la investigación debe vincularse con las cosas o acaso sería mejor decir los hechos, que podemos expresarlo como los fenómenos para evitar por el momento tener que enfrentar una objeción kantiana. Aceptamos la idea de que la ciencia debe ocuparse de los problemas mismos que a su vez pueden ser experimentados en tanto hechos fenoménicos y al afirmarlo, considerar que esa relación pueda prescindir de ser entendida como una acción humana y por tanto mediada, de alguna forma, por la subjetividad pues tanto los fenómenos como los problemas solo son entendibles en tanto exista una subjetividad capaz de mentarlos. En tanto esas subjetividades son sociales, será posible componer un entramado de condiciones sociales en las que se gestan que incluyen los condicionantes culturales propios de la sociedad en que se plantean y que entraman en los desarrollos materiales, los valores y el lenguaje.
E. Husserl en general impugnaba y rechazaba un estereotipo de ciencia al que acomodaba a los fines de poder impugnarla fenomenológicamente. Confrontaba con una arcaica pretensión científica estereotipada propia de un positivismo de museo frente a la que la “empiria” fenomenológica no debía quedar capturada ni seducida por la denegada capacidad de los datos del empirismo naturalista o psicologista.
En esta encrucijada es aceptable pensar que no somos unas tablas rasas meramente receptivas y pasivas de lo que percibimos. En tanto somos sociales no parece haber lugar para una idea de “empiria” muy primaria, casi orgánica y asocial, que negaría que nuestra misma percepción está condicionada, aunque no agotada por el cúmulo de conocimientos sociales del que somos parte. Parece más bien que el conocimiento lo vamos configurando y estamos subjetivamente en ese conocimiento que no es nada sin las subjetividades que lo entraman. El conocer, por lo tanto, no puede ser reductible a una ἐμπειρία de mera pasividad, casi orgánica, que en inglés podríamos traducir como “experience; mere experience or practice without knowledge” o sea una experiencia muy primaria, sin episteme (ἐπιστήμη) que expresado por Aristóteles podría ser la αἴσθησισ (aisthēsis) or “sense perception”. Esta “empiria” en tanto la circunscribamos a una recepción orgánica, primaria e individual es insuficiente para dar cuenta de la forma en que pensamos que además incluye una insoslayable inmersión en lo general y colectivo, pues recordemos que la ciencia es un emprendimiento social que supone un desarrollo colectivo. Esa “empiria” para ser parte del conocimiento científico o filosófico necesita que el sujeto haya hecho experiencias, incluso “pathos” con las cosas, en tanto interacciones sociales, lo cual demanda una subjetividad que sea parte de una experiencia no reductible a una mera receptividad imaginada por un empirismo de cándida “tabula rasa”.
Si vuelvo a considerar que esa experiencia personal con los glaciares, expuesta en este primer capítulo, supuso una individualidad orgánica que era necesaria en el proceso de percibir, pero además una subjetividad capaz de articular sucesivamente sentidos. Sin embargo, los problemas planteados y las hipótesis esbozadas para resolverlos no resultan de una mera agregación sumativa de percepciones pasivas que se acumulan en forma consecutiva sobre mi persona como una tabla rasa. Esta conciencia de problemas y posibles explicaciones fue en ese contexto, una actividad mentada que podríamos expresar con la metáfora de que “vemos” no con los ojos sino con la mente. La esencia del acto psíquico de esa mente en tanto humana consiste en poder dar un sentido que solo cobra significación en contextos sociales, entiéndase qué al decir sociales, los entendemos como históricos. La idea de E. Husserl de que toda conciencia es conciencia de alguna cosa puede ser aplicable en este contexto. Sin embargo, esto no implica validar la idea de la fenomenología como una ciencia, personalmente estamos más cerca de considerarla como una filosofía. Según Husserl sería una ciencia capaz de describir las esencias lo que nos plantea la paradoja, en mi opinión sería insoluble, de sostener esencias sin un sustento metafísico u ontológico, sin asumir por lo tanto un dualismo replicable antropológicamente.
Ser conciencia de una cosa no implica avalar que esa cosa sea una esencia ni habilita a la trascendentalidad de esa misma conciencia. En la introducción a las “Meditaciones cartesianas” (1929-1931) manifestó la intención de abordar el problema de la incapacidad de la ciencia de gestar una fundamentación radical, por medio del planteo de la necesidad de una la filosofía, que permitiera llevar adelante una reconstrucción integral y que contemplara desarrollar una filosofía como una unidad universal de las ciencias. Parece un proyecto que ha sido erosionado a lo largo del siglo XX y no tiene ni contenidos, ni herramientas, ni densidad como para resistir la deriva posmoderna en la que estamos inmersos.
En nuestros desarrollos personales defendemos la idea de que lo científico debe pensarse en los métodos y técnicas, en definitiva en los procedimientos y la publicidad democrática de sus discusiones y no en la insostenible idea de una construcción verdadera más propia del proyecto acabado de la modernidad. Por otro lado, entendemos que la filosofía no es ni debe ser ciencia, no debe estar condicionada por los requisitos metodológicos propios de las ciencias. La filosofía no puede plantearse como una instancia de verdad superior a las ciencias ni pretender ninguna forma de hegemonía sobre la actividad científica, aunque sin duda puede contribuir con esclarecimientos, cuestionamientos y discusiones pues no hay ámbito social alguno que le esté vedado al pensamiento filosófico.
La idea que defendió E. Husserl al plantear la imposibilidad de cimentar las creencias del espíritu en las ciencias naturales, inducidas por su necesidad moderna de postular una verdad, es una idea con la que podemos comulgar. Sin embargo, esto no implica avalar su designio de intentar “cientifizar” a la filosofía. La fenomenología fue un intento de defender a la razón y a la verdad por medio de una estrategia que consistía en procurar arrinconar y circunscribir a la crisis de la razón que se estaba desatando en occidente, a una crisis de la razón naturalista y positivista. Al intentar acotar el fracaso de la razón europea al fracaso del proyecto positivista de postular una razón absorbida por el naturalismo, no percibió E. Husserl que se avecinaba la crisis sistémica de la razón moderna ante la pérdida de hegemonía de occidente, proceso que se desarrolló a lo largo del Siglo XX y se está consolidando en el Siglo XXI.
La fenomenología, es la expresión compleja y sofisticada del fracaso de una filosofía que no comprende la profundidad de la crisis terminal a la que asiste de ese intento hegemónico que comenzó cuando la filosofía europea se creyó con la potencia de plantear el universal. La crisis de esa capacidad asociada a la crisis de hegemonía europea arrasada por sus contradicciones internas y su violencia genocida, acarrea el fin de la modernidad. Nos asomamos a un final de una modernidad que se articula con el fin de la subjetividad moderna cartesiana, de una subjetividad que siendo europea se planteaba como universal sustentada en la capacidad hegemónica de Europa desde el Siglo XV. E. Husserl no comprendió lo profundo y civilizatorio que es ese final, una ignorancia compartida por casi todos los pensadores y líderes “centrales”. Las despiadadas rencillas internas entre los que disputaban por un particular confundido con un universal opacaban la deriva hacia la comprensión de que en realidad eran solo parcialidades, cada vez más provincianas, disputándose las migajas del banquete que se habían dado a expensas del mundo al que sometieron y explotaron a sangre y fuego durante casi 500 años. Si el lector desea puede consultar el capítulo 6 de “La crisis de las ciencias europeas” y podrá comprobar como lo no europeo queda reducido a “tipos antropológicos empíricos” y solo lo europeo tiene posibilidades de ser el universal.
Esto me ubica en la incómoda situación como una subjetividad cuyas inevitabilidades biográficas lo colocan en esa herencia pero que en sus posibilidades éticas y políticas optó por cuestionar ese legado incluyendo el corolario fenomenológico. Como subjetividad pensemos ahora en la muerte de esa conciencia que parece ser identificada como la que debería sostener el proyecto de Husserl. Si esa conciencia es en tanto relación con el mundo, analicemos que ocurre ante la muerte del sujeto individual. Supongamos volviendo a mi relato biográfico del origen de mi asombro al navegar el lago Argentino, que mientras cruzábamos esas heladas aguas hubiéramos naufragado. La hipotermia muy rápidamente daría cuenta de nosotros, los potenciales náufragos. Si entonces como “empíricos” hubiéramos muerto ahogados mientras nos hundíamos en el lago esto supondría la desaparición de la conciencia individual, subjetiva, natural pero también fenomenológica de E. Husserl. ¿Qué queda de las intuiciones de las esencias, los contenidos intencionales, la in-existencia, término que gustaba tomar del latín medieval, o del cogito cogitatum si el sujeto que lo sustenta es contingente? Proclamar la trascendentalidad del sujeto no implica demostrarla. Tendremos la potencial capacidad y posibilidad de la decibilidad y la comunicabilidad de lo observado en tanto mentado, a condición de la subsistencia de la vida personal y consciente del sujeto particular. Si esto es así, por más vocación de intentar defender una distinción trascendental diferenciada de la subjetividad empírica, esta no resistirá la obviedad decisiva de la muerte del sujeto. Si la fenomenología intenta describir una conciencia intencional debería poder dar cuenta de que ésta es de una manera distinta a la conciencia finita y material propia de un monismo que demanda la vida individual para tener esta misma discusión.
En función de responder a varios de estos planteos es que E. Husserl intentó fundamentar una subjetividad y elaboró el concepto de la intuición de una esencia “eidética” asociada a la teleología intencional. Toda vivencia intencional en el marco de esta filosofía tiene una estructura doble: noética y noemática. Él noema lo entendió como entidad intencional, no perceptible, capaz de generalizar significados. Ese noema no sustituye al objeto, sino que es el objeto desde el punto de vista fenomenológico en tanto correlato de los actos o noesis. Habría una temporalidad en él noema en tanto comprendamos la forma dinámica en que algo es vivido. El noema incluye todas las maneras de aparición, es por tanto abstracto, pues no se determina a partir de secuencias temporales y el noema como producto no es percibido por los sentidos ni depende de la persistencia temporal para ser.
El sentido noemático demanda volver sobre el acto, aquello a lo que apunta la vivencia como objeto. En este contexto fenomenológico el objeto pasa a ser intencional, numéricamente idéntico, aunque no igual. Es de este modo un polo de identidad inmanente a las vivencias singulares. Lo intencional en términos de E. Husserl supone la propiedad de las vivencias de estar referidas a algo. Hay de acuerdo con estas ideas un producto que es ese objeto-noema-intencional que resulta o supone para E. Husserl la epojé/epokhe como reducción fenomenológica, con un nuevo interés por el sentido del objeto. Accederíamos a la subjetividad trascendental o conciencia pura de acuerdo a E. Husserl, en tanto el yo que medita hace epojé fenomenológica. Me reduciría, en esta situación, a mi absoluto ego trascendental. Sin embargo, volviendo al ejemplo que expuse anteriormente no hay intencionalidad que subsista al ahogamiento potencial de quien esto escribe en el lago y no habrá ningún “eidos” si morimos en el naufragio o somos arrastrados por alguna avalancha mientras exploramos en la cordillera de los Andes.
Hay una suerte de tragedia en el pensamiento de E. Husserl y es la de ser inevitablemente atrapado por las redes del dualismo platónico algo que deseaba evitar. Si buscaba evitar, acaso a veces con picardía podríamos decir más bien eludir, la sustancialización del sujeto o su dicotomía dualista y optar por el camino de una intencionalidad que marcaría la estructura fundamental de la experiencia, tendría que haber podido evitar quedar atrapado por las condiciones gnoseológicas y antropológicas del dualismo. E. Husserl buscó, por otro lado, impugnar al empirismo al afirmar que el empirismo no puede dar a la ciencia el principio universal y necesario, como si no estuviera en cuestión hoy en día ese mismo principio y como si la ciencia debiera ser encuadrada en ese estereotipo que reiteramos es forzado y anacrónico.
Esta objeción sobre la insuficiencia del empirismo se torna a veces pueril pues suponer que impugnamos al empirismo porque no logra dar una regla universal, se asienta en los supuestos modernos que se están diluyendo. Para considerar una fácil defensa del empirismo podemos apelar a la sencilla idea de que el relativismo empirista se sostiene sobre una inducción incompleta y tendremos conocimiento. Aunque esto me coloca en la incómoda posición de defender al empirismo, del cual no me considero un exponente, debe decirse que el empirismo no necesita afirmar el universal, sino que lo induce en forma incompleta sin abrir un juicio definitivo, de hecho esta constituye una postura más acorde a los actuales escenarios posmodernos de pérdida del universal.
Frente a las ideas fenomenológicas podemos afirmar que en nuestra condición finita no es posible delimitar ni determinar lo potencial que se puede desplegar a partir de esa condición. Es por lo menos confuso proclamar la posibilidad de modelar una intencionalidad que no esté determinada por la condición finita y por tanto dinámica, mudable, no determinable de lo humano. La mera declamación de que no deseamos caer en el psicologismo o el empirismo no nos pone a salvo de esta objeción. La observación de que la conciencia es siempre conciencia de algo puede fácilmente ser un resultado provisional de reiteradas observaciones sin pretensión de universalidad, necesidad o esencia de ningún tipo. La trama de una conciencia desaparece si hay muerte neuronal por más epojé, intencionalidades o trascendentalidades que proclamemos. Solo si E. Husserl hubiera asumido la necesidad de un dualismo acorde a la tradición de la filosofía occidental expuesta en variantes agustinianas, platónicas o cartesianas podría haber escapado al desafío del simple planteo de que no parece haber nada que sobreviva ante la muerte del sujeto. Agotada la vida neuronal ¿qué nos queda de la conciencia fenomenológica? lo resumo antes de llegar al fondo del lago o ser arrastrado por una avalancha en las escarpadas laderas de los Andes que enmarcan al glaciar: Nada.
E. Husserl podría haber intentado salvar su sistema si apelaba a la necesidad de una sustancia de lo humano que podría llamar alma, espíritu, sustancia pensante o cualquiera de las estrategias dualistas. Si no hay dualismo, no hay una fenomenología trascendental. Es posible acordar con E. Husserl en la idea de que el mundo que enfrentamos tiene un horizonte infinito en tanto lo entendamos como una condición gnoseológica de ser finitamente inconmensurable y no como un planteo metafísico de infinitud que excede las potencialidades de la conciencia humana y como tal finita. Por supuesto que podemos acordar en que el mundo no está ahí como un mundo objetivo y trascendental de cosas, sino que implica un entramado de valores, observaciones, memorias, siluetas y oleadas de sensaciones, una hermosa metáfora para expresarlo. Las cosas no podrían dársenos como absoluto pues ser de modo imperfecto “in infinitum” perdón por el latinazgo, es inherente a la esencia de la correlación entre hechos y percepción por parte de una “sub specie finita”.
El problema que hace de la fenomenología algo insostenible es que la subjetividad empírica es en su misma definición producto de una inducción incompleta provisional y finita por tanto sin la capacidad de afirmar el universal a menos que se postule una dualidad antropológica. El cuerpo que E. Husserl expone como duplicado en el cuerpo operante “Fungierender Leib” que me permitiría abrirme al mundo y además un cuerpo-cosa “Körperding” que como tal aparecería en el mundo, no tiene sobrevida trascendental ni escatología una vez que nos ahoguemos en el frio lago que explorábamos.
Por supuesto que desde su subjetividad el ser humano es más que solo una parte del mundo al ser conciencia que menta el mundo, pues se puede pensar como una parte de una realidad que co-habilita, en tanto rescatemos que ese pensar requiere una consideración social y no un mero postulado abstracto de subjetividad transhistórica peligrosamente amenazada de sustancialización. La pretensión de E. Husserl de formular una reducción de esa subjetividad nos permitiría en su opinión disociarnos entre lo mundano natural y una conciencia o subjetividad no mundana. Resulta sorprendente sostener esto, sin establecer una segunda sustancia que lo sustente. La pretensión de E. Husserl de elaborar una tesis de un yo puro y de la vida de ese yo puro, que sería evidente para sí mismo entendido como un conocimiento apodíctico, es por lo menos extraña. Si por apodíctico entiende una expresión qué en griego antiguo, ἀποδεικτικός, sería una proposición demostrable, que es necesaria o evidentemente cierta o válida, ese ser inmanente declamado por la fenomenología necesita poder elaborar una tesis acerca de cómo sostener su carácter absoluto. Por más que opten por formularlo en latín y pretendan que “nulla res indiget ad existendum” y uno pueda aceptar que la conciencia se encuentra en sí misma para su existencia, esto no avala la trascendencia de la subjetividad en su existencia. Francamente la tesis de un “yo puro” la entiendo como una declamación antojadiza que no estoy en condiciones de validar. Todo lo que E. Husserl declama sobre el sujeto es reductible al sujeto contingente, quien también puede sostener una noesis o sea intencionalidad en los actos y noema o sea portar una intencionalidad en el objeto.
E. Husserl no asume que requiere de una metafísica que no está dispuesto a reconocer, pues si es cierto que la verdadera significación de la puesta entre paréntesis es volver la mirada de la conciencia misma, esto solo es posible en tanto exista un entramado neuronal en el que se active. Por otro lado, la idea soberbia y omnipotente de suspender al mundo no implica que el mundo se deje suspender en la intersubjetividad, no importa que tan grande pueda ser el ego de un filósofo o que tan prepotente sea la cultura occidental en que se inscribe. No hay sustentabilidad ontológica de la necesidad, en la contingencia finita de la subjetividad empírica. Si E. Husserl no deseaba sostener el dualismo solo le quedaba la opción Kantiana y estoy dispuesto a considerar en otros trabajos que la fenomenología pueda ser entendida como una variante muy empobrecida de las tesis de I. Kant. Aclaro que esto no implica por mi parte respaldar la solidez de la filosofía Kantiana pero esta discusión quedará como lo anticipaba para futuros trabajos.
Para cerrar este capítulo, habiendo analizado los conceptos clásicos de asombro, las posibilidades de fundamentación del conocimiento a partir de la fenomenología y establecida las tres explicaciones hipotéticas que permitirían explicar la deriva diferencial de los glaciares Moreno y Upsala quisiera hacer una breve referencia y encomio para la labor que se hecho en Argentina a través del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA) desde hace más de cuatro décadas y que a partir de 2007 se convirtió en una Unidad Ejecutora dependiente del CONICET, de la Universidad Nacional de Cuyo y del Gobierno de la Provincia de Mendoza. A partir de la Ley 26.639 en el año 2010 se inicia el relevamiento conocido como el “Inventario Nacional de Glaciares” que ha continuado a pesar de la degradación del Ministerio de Ciencia y Técnica que había sido creado en 2007 y fue rebajado a Secretaria en 2018 con una reducción presupuestaria del 25 % y luego más del 35% de su presupuesto que se llevó a cabo durante el gobierno de Mauricio Macri entre 2015 y 2019. En 2019 el gobierno de A. Fernández volvió a jerarquizarlo como ministerio. Es grato poder mencionar que la Argentina ha contado con una larga lista de grandes investigadores en la materia y este pequeño trabajo debe mucho a algunos de sus trabajos que cito con admiración en el texto y la bibliografía.
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CARTOGRAFIA INSTITUTO GEOGRÁFICO MILITAR Hoja 5172-2 Punta Avellaneda Escala 1:100.000
Hoja 5169-2 Estancia Santa Lucía Escala 1:100.000
Hoja 5169-3 Estancia Cañadón Rancho Escala 1:100.000
Hoja 5172-3 Lago Argentino Escala 1:100.000
Hoja 5169-1 Estancia La Barrancosa Escala 1:100.000
Hoja 5172-6 Estancia Cóndor Cliff Escala 1:100.000
Hoja 5172-5 Estancia Cerro Fortaleza Escala 1:100.000
Hoja 5172-4 Paso Rio Bote Escala 1:100.000
Hoja 5172-7 Glaciar Perito Moreno Escala 1:100.000
Hoja 5172-5175 Lago Argentino Escala 1:100.000