Morenas o morrenas. Caso de las morrenas terminales del Lago Buenos Aires
Roberto Hilson Foot

El lenguaje científico y la atenuación de la polisemia.

Investigación y trabajo de campo:
Roberto Hilson Foot (2001, 2002, 2017, 2022)

Fotografías:
Gonzalo Molinari (2022)

Agradecimientos:
A Guido Vittone.

Bibliografía

I

    Al lago denominado Buenos Aires en la argentina General Carreras en Chile se lo encuentra en el extremo noroeste de la provincia de Santa Cruz. Este lago binacional tiene una superficie de aproximadamente 2.240 km2 y una considerable profundidad máxima de 585 metros. En esta etapa del holoceno las aguas del lago escurren, a través del río Baker, el más caudaloso de Chile hacia el Pacífico. Las llamativas dimensiones del valle del río Deseado se consideran una evidencia de que tenía pendiente hacia el Atlántico por lo que es posible estimar que el caudal actual del río Deseado no guarda proporción geomorfológica con las dimensiones de su valle de su valle. Hacia el suroeste de la cuenca del lago se pueden encontrar más de 60 cuerpos de hielo entre los 1500 y los 2500m de altura aproximadamente.
    Los depósitos morrénicos del lago Buenos Aires se nos presentan como extensos arcos morrénicos que pueden ser datados de acuerdo a momentos de avances y retrocesos de los hielos durante el Pleistoceno-Holoceno. Hay signos evidentes de los efectos de esos avances de los glaciares desde los bordes de la Meseta del Lago Buenos Aires hasta la meseta del Guenguel. En cada uno de los pulsos de avance los glaciares tienden a destruir la mayor parte de las geoformas dejadas por pulsos anteriores por lo que por lo general las morrenas terminales que se conservan corresponden al lugar más distal en relación con la acumulación del hielo. Es frecuente que morrenas terminales más modernas que corresponden a pulsos menos potentes se encuentren hacia el interior de los arcos morrénicos en este caso hacia el oeste. C. C. Caldenius en 1932 había clasificado los arcos morrénicos en cuatro unidades a los que denominó Inicioglacial, Daniglacial, Gotiglacial y Finiglacial y tendía a conceptualizar que esos pulsos eran contemporáneos de las fluctuaciones en el hemisferio norte sobre todo de los escandinavos que había estudiado. El mayor avance estaría indicado por las morrenas por lo menos dos arcos morrénicos en las márgenes del Cañadón Botello. Es posible observar hay abundante evidencia con espesores a cortas de cerca de 1000m.s.n.m. pero unos 500 a 600 m sobre la cota actual del lago Buenos Aires con desarrollos de 10 o más metros y que hemos relevado en un par de ocasiones.

II

    Intentemos a continuación a modo de introducción clarificatoria una definición de morenas o morrenas que nos permita, sin demasiadas confusiones conceptuales, poder considerar luego la disyuntiva terminológica que presentamos en el título de este capítulo, para ejemplificar la tesis que defendemos de acuerdo con la cual los científicos deberían asumir el compromiso de reducir lo más posible la polisemia, sin que ello suponga volver a tesis ingenuas acerca de la eliminación en el lenguaje científico de la polisemia que es un rasgo distintivo propio de todo lenguaje. 
    Cuando hablamos en geomorfología y geología de morenas o morrenas nos referimos a una geoforma originada por las dinámicas propias de los glaciares. Los glaciares generan grandes procesos erosivos y son capaces de transportar cantidades significativas de rocas, alterando los paisajes que van erosionado a medida que descienden por los valles. En el proceso de descenso, por la dinámica del campo gravitatorio, ingresan en zonas con temperaturas medias más elevadas que en líneas generales aceleran los procesos de ablación, por lo que esos materiales acarreados son depositados, en general, bajo la forma de pequeñas elevaciones. Es característico de esta sedimentación que se nos presente como un apilado de material con formas y tamaños heterogéneos y no consolidados. Las características del material depositado por glaciares suelen presentar rocas con filos o sea con bordes afilados y solo a veces algunas redondeces que implican por lo general que las rocas también han sido afectadas por la erosión de agua líquida en movimiento. Es frecuente que esas rocas se presenten mezcladas con arenas de diferentes grosores y a veces también finas arcillas.
    Las clasificaciones de las morenas o morrenas han sido en general en extremo sencillas pues se las ha distinguido de acuerdo a su ubicación en el glaciar o en el entorno de los glaciares. Esta clasificación tradicional y muy funcional de las morenas o morrenas, basa su diferencia específica en la posición en relación con el glaciar del material erosionado, transportado y depositado por los glaciares. Aun admitiendo que no es una clasificación muy imaginativa debe sin embargo consignarse que ha sido muy útil para identificar la deriva del hielo, los efectos de los procesos de sedimentación y entender en función de esas derivas los paisajes.
    De acuerdo con esto podemos entonces identificar y clasificar a las morenas o morrenas en:

– Morenas o morrenas de fondo: bajo el hielo del glaciar y en contacto con el lecho del valle también llamadas basales.

– Morenas o morrenas laterales sobre los costados o bordes de los glaciares.

– Morenas o morrenas centrales que se generan a partir de la convergencia entre dos morrenas laterales al unirse dos glaciares en su deriva valle abajo.

– Morenas o morrenas frontales o terminales que son derrubio depositado en la zona frontal de ablación del glaciar y suelen indicar el “terminus” del glaciar a lo largo de su evolución.

– Morenas o morrenas superficiales que están tal como lo indica el nombre sobre la superficie del glaciar.

– Morenas o morrenas internas a las que en inglés se suele aludir como “englacial moraines”. También es posible elaborar clasificaciones fundadas en otros criterios como la orientación en relación con el flujo del glaciar o basadas en el mecanismo de acumulación que no presentaremos en este trabajo centrado en el problema de la polisemia.

III

    Como lo habrá notado el lector atento, hemos utilizado en el primer apartado tanto la grafía de morenas como morrenas. Esta disyuntiva entraña cierto debate terminológico que afortunadamente se está zanjando en beneficio de la segunda opción con la que estamos de acuerdo, o sea de utilizar el nombre de morrenas con doble rr por la sencilla razón de que reduce la polisemia, lo cual afirmamos que es deseable que los investigadores científicos intenten concretar.
    Las palabras muraena o morena refieren en ictiología a la familia de Muraenidae, cualquiera de las familias de anguiliformes o sea de cuerpos alargados y cilíndricos aunque con frecuencia deprimidos sobre los laterales. A estas especies se las encuentra tanto en mares cálidos como templados. Las morenas con una r tienen ese característico cuerpo serpentiforme con un prolongado y prominente hocico, con una peligrosa mordedura y que vive a poca profundidad en grietas u oquedades.
    El vocablo en lengua inglesa “mound” es parte de la genealogía de estas palabras, aunque tiene un origen controversial. Puede estar vinculada con “mount” y remitir a la idea de “embankment”, “hedge”, incluso “dam” por “pile of dirt and debris” que en castellano llamaríamos montículo. La relación con el latín puede haber sido a través del latín vulgar o romance, aunque en nuestra opinión es muy incierto y consideramos que no está acreditada esa relación etimológica con un posible “murrum o morrum” que insistimos no consideramos por el momento demostrado. En inglés también se utiliza la palabra “hillock” que en castellano podríamos traducir como montículo o morro. Si utilizamos en glaciología la palabra inglesa “snout” esta nos relaciona con la idea de hocico, trompa o incluso morro un sustantivo masculino que refiere a elevación o roca pequeña y redondeada, que a su vez se puede extender hasta la idea de morrión que en castellano significa prenda del uniforme militar para cubrir la cabeza a manera de sombrero de copa sin alas, redondeado y con visera o en otro sentido una armadura en forma de casco redondeado que cubría la parte superior de la cabeza.
    En francés se dice “moraine”, un sustantivo femenino y que se puede definir como “formé par des débris de roches entraînés par un glacier”. O sea, son rocas vinculadas a la erosión, transporte y depósito por glaciares. En francés las clasificaríamos como: moraine frontale, latérale sur le bords, médiane sur le centre, terminale sur l’extrémité inférieure. Las denominadas moraine de fond(moraine profonde) se definen como “matériaux rocheux situés entre la roche et le glacier et entraînés par celui-ci lors du glissement”. Sabido es el valor que tuvieron las importantes contribuciones a la glaciología de Horace Bénédict de Saussure (1740 -1799) naturalista y geólogo, de origen suizo, cuyas actividades que además lo posicionaron como uno de los fundadores del alpinismo. Fueron muy significativas para la glaciología las descripciones que hizo en 1779 en su libro “Voyage dans les Alpes”, en el que esbozó en el Tomo 1 (p.455) una etimología saboyarda de la palabra morêna que ha sido definida como “proprement renflement qui se forme à la lisière inférieure d’un champ en pente par suite de la descente de la terre” por el Diccionario Savoyard de 1902.
    Volviendo al caso del idioma inglés, la palabra es un sustantivo que se derivó probablemente de la raíz francesa que describimos anteriormente que según H. B. de Saussure, tal como lo anticipamos, entendió que se podía derivar del italiano Savoyardo “morena” y del Franco-Provençal “mor, morre” con el sentido de “snout”, hocico. En inglés entonces se refiere en principio a “rock´s deposite on the sides or front of a glacier”. Adicionalmente, en el concepto se fue incluyendo en su connotación y denotación, a medida que se fue comprendiendo el proceso geomorfológico, la idea de que tanto la erosión, el transporte como la sedimentación de esas rocas heterogéneas y no consolidadas con bordes afilados que formaban acumulaciones, eran producto de la dinámica de los glaciares.
    En castellano morena con una r es también un adjetivo que se puede sustantivar y es el femenino de moreno. La raíz de la palabra remite a moro y no morro con dos rr, que en la península ibérica se utilizaba para referirse, con frecuencia con una carga discriminatoria y racista, a los naturales de África o pertenecientes o propios de ese continente, eventualmente con la denotación peyorativa extendida hacia los musulmanes. Se puede ir comprendiendo que tan complejas y repudiables derivas de la palabra morena nos da razones por la que consideramos más conveniente desde el punto de vista etimológico referirnos a las geoformas de origen glaciar con la grafía con la doble rr. Con una sola r o sea moro se utilizaba también para referirse al vino que no estaba aguado y a cierto tipo de caballos de pelaje negro con una franja blanca en la frente. También se ha utilizado la palabra para referirse al “pan moreno” (pan negro). Así mismo se usa como lo hemos adelantado en ictiología para el pez teleósteo marino del suborden de los fisóstomos “la morena” similar a la anguila. Se ha también especulado, aunque creemos que, con poco fundamento, con un posible origen vasco en la palabra “muru” y se ha asociado la palabra con la idea de un montón de mieses o rastrojos apilados, así como el producto de la acción de los glaciares.
    Es frecuente que cuando aparecen este tipo de dudas o discrepancias en torno a cómo escribir una palabra o los sentidos que puede connotar o denotar un vocablo apelemos a un diccionario. En el caso del español, aunque deberíamos decir castellano, el más utilizado es el de la Real Academia de la Lengua Española (R.A.E). Adelantamos y lo vamos a argumentar a continuación que nos cuesta aceptar la hegemonía de esa institución y consideramos que los diccionarios deben cumplir la labor de facilitar la comunicación entre los pueblos y no a establecer un “dictus”, “dicta”, “dictum” declínelo como guste el lector, que todos los hablantes debemos seguir. Dediquemos un poco de tiempo para considerar en manos de quien con frecuencia se supone que debemos depositar la última palabra para dirimir los problemas terminológicos en la lengua castellana, mal llamada española.
    La R.A.E fue creada en Madrid en 1713, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Expresamente se le encomendó en el Artículo I, la labor de cultivar y fijar la pureza y elegancia de la lengua que notablemente admitían que era la castellana aún en la versión de sus estatutos de 1859. En el Artículo III se imponía este diccionario como texto obligatorio y único para la enseñanza pública en virtud del Artículo 88 de la Ley de Educación del 9 de septiembre de 1857, una herramienta para el intento de homogeneizar a la península al conformar e intentar consolidar un estado nacional. Se representó tal finalidad con un emblema formado por un crisol puesto al fuego, con la leyenda: “Limpia, fija y da esplendor” que aparece en la portada de la edición publicada por la Imprenta Nacional en Madrid en 1859. Aunque pueda parecer una broma la misma enunciación del texto en su primera edición incluye en su primera palabra o sea “Estatutos” del latín statutumun, un error gramatical al utilizar el plural cuando el texto refiere a uno solo o sea debió ser titulado en singular pues la definición que da la misma R.A.E. es: “regla que tiene fuerza de ley para el gobierno de un cuerpo”. Un curioso inicio para los que pretendían reglar la lengua.
    Con el paso de los siglos la Real Academia Española, reformuló parcialmente sus objetivos y se fijó en 1993 en su Artículo I “la misión principal de velar porque los cambios que experimente la Lengua Española (atención pues ya no es la lengua castellana como lo era en 1859) en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico. Debe cuidar igualmente que esta evolución conserve el genio propio de la lengua, tal como este ha ido consolidándose con el correr de los siglos, así como de establecer y difundir los criterios de propiedad y corrección y de contribuir a su esplendor”, texto dado en Madrid a 9 de julio de 1993. Lleva la firma como no podía ser de otro modo, siendo una institución real, de JUAN CARLOS R, así, en mayúscula, para satisfacer supongo el ego desmedido y enfatizar el carácter estatal, político y autoritario de la apropiación por parte del estado español del idioma castellano.
    Como republicano me parece extraño reconocerles autoridad académica a los marqueses, príncipes, duquesas, reyes y otras exóticas denominaciones de consuetudinarios explotadores y haraganes. Esos risibles titulitos con que se apodan no parecen ser una garantía de que puedan contribuir con algo significativo en materia gramatical o lingüística. La validación de la institución y su estatuto (en singular y no en plural) por parte de los que usan esos nombres de fantasía más propios de juegos y cuentos infantiles que del trato respetuoso entre gente grande, parecen más vinculados a designios políticos de unidad monárquica y franquista a costa de la rica diversidad de la península. Me resulta extraño como americano del sur descendiente de campesinos, mineros y ferroviarios ver que los señores se crean con derechos lingüísticos cuando por siglos, hemos sido nosotros los trabajadores, los que hemos mantenido a este rejunte de vagos y explotadores.
    No está mal recordar además la adscripción ideológica acorde con la identidad imperialista, monárquica, católica y por momento fascista de la institución cuando gustaba describir a los “secuaces” de Carlos Marx, o cargaba de interpretaciones dogmáticas católicas las definiciones de palabras “sensibles”, antológica me parece la violenta referencia a los sodomitas como los que van contra el orden natural.
    Espero que al lector le haya quedado claro que no concuerdo con los designios políticos que subyacen a la intencionalidad de la institución aunque es justo reconocerlo se percibe por parte de algunos miembros cierta autocrítica e intentos de “aggiornamento”.
    Además, no acuerdo con ninguno de los componentes del nombre con los que se designa la institución. Como republicano me parece violento y ofensivo que la institución sea rotulada como monárquica (“Real”). No acepto las razones por las que se pretende dejar algo tan importante como nuestra lengua en manos de una organización cuya fundación y trayectoria tuvo una clara finalidad autoritaria y política, de sesgo monárquico y antidemocrático. En esa misma condición de republicano, no puedo dejar de asombrarme de la obsecuencia rastrera que se tiene todavía hacia los explotadores centenarios de los pueblos y autores de los órdenes imperiales que han causado millones de muertos en todos los continentes del mundo. Un orden real que ha querido imponer a sangre y fuego una coexistencia forzosa, antisemita y antimora bajo el rótulo de “España” y que de hecho se convirtió en uno de los principales obstáculos para lo que debería ser una convivencia voluntaria, cooperativa, democrática y fraterna entre los diversos pueblos de la península ibérica. Por lo tanto, no puedo avalar la idea de que se la rotule como “Real”, la lengua de un pueblo es algo demasiado importante para cedérsela a los tilingos.
    Tampoco acepto tan fácilmente que sea una academia. Este término proviene del latín academia, y este a su vez del griego Ακαδημία, que fue creada en la Atenas del Siglo IV a.C. por parte de Platón (427-347 a.C.) y su círculo, que debía su nombre a un héroe legendario de la mitología griega, Academo. Ubicada en el demos de Kolonos, a algo más de 3 km al NNO de la acrópolis, distancia que he tenido el gusto de caminar en algunas ocasiones entre el amistoso pueblo ateniense, en unos terrenos adquiridos por Platón alrededor del 384 a.C., donde existía un parque con olivar y un espacio para un gimnasio. Se enseñaba matemática, dialéctica y las ciencias naturales y no tenía originariamente un respaldo estatal u oficial. Los poderes cristianos imperiales, con su habitual intolerancia y violencia represiva, lo clausuraron en el 529 junto a todas las otras escuelas. La versión moderna de la palabra academia que utiliza la R.A.E. incorpora, convenientemente para los fines políticos de imponer la unidad peninsular, la idea de una sociedad científica, literaria o artística pero ahora “establecida con autoridad”, una diferencia no menor la de incluir la estatalidad en la definición.
    Por último, el español no es el castellano y por lo tanto tampoco puede denominarse con propiedad española pues en la misma denominación se expresa la conversión política de lo que es un rico y expresivo idioma como el castellano en un inexistente idioma “español” solo fruto del intento violento de crear el estado monárquico español.
    No piense el lector que estamos en contra de los diccionarios pues estos pueden ser junto a las gramáticas de gran utilidad como parte de un procedimiento que ayude a unir a los pueblos, al lograr que se comprendan los diversos matices y desarrollos que presentan las variantes del castellano. El objetivo de instituciones y diccionarios vinculados con las lenguas es generar una mejor comprensión de estas, facilitando el diálogo entre los pueblos, basados en mejorar la comunicación, atendiendo a la inevitable polisemia que presenta toda palabra y lenguaje. No podemos aceptar un tribunal al cual debamos la obediencia pues la referencia al español tiene una repudiable implicancia política.
    Por lo que hemos explicado entendemos que no debe ser ni “Real”, ni “Academia”, ni “Española”. Referirnos al idioma como castellano parece por tanto más apropiado y en este contexto lingüístico es que resolveremos las variaciones en torno a las palabras morenas o morrenas.

IV

    La consideración acerca de la conveniencia de utilizar la palabra morrena con doble rr en castellano implica tomar posición en favor de la idea que los científicos deben intentar reducir la polisemia sin que esto suponga la posibilidad de lograr un lenguaje que escape a las múltiples facetas, derivas y matices pues sabemos que las lenguas afortunadamente están vivas y son productos de la creatividad de los pueblos que desarrollan los idiomas y las palabras. El uso en castellano de la doble rr en el contexto científico de referencia a estas geoformas generadas por glaciares eliminaría las confusiones etimológicas que hemos esbozado en el apartado anterior.
    Encontramos en Aristóteles (384-322 a.C.) una de las primeras consideraciones teóricas acerca del riesgo, asociado a la homonimia, para la capacidad de precisión de la “episteme” (ἐπιστήμη), que debe ajustarse al objetivo de reducir la polisemia. Aristóteles llevó adelante en su obra el análisis de los significados de los términos utilizados en el lenguaje común y de los enunciados plausibles. Comprendió tempranamente la importancia de esta temática para la comunicabilidad. El análisis lingüístico parece con frecuencia un presupuesto indispensable para el descubrimiento de principios y el logro de la claridad terminológica asociada a la “episteme”.
    Debemos sin embargo deslindar, en el pensamiento de Aristóteles, algunas precisiones pues su teoría de la demostración no es en rigor una teoría normativa de la búsqueda o descubrimiento de la investigación. Aristóteles no ofrece en principio normas acerca de cómo adquirir conocimiento lo que con un lenguaje más contemporáneo diríamos que no aporta reglas de descubrimiento. En lo que atañe al vocabulario, indica Aristóteles en “Argumentos Sofísticos” en el Capítulo IV que los nombres y la posible muchedumbre de expresiones sean finitos, mientras que el número de cosas son infinitas y así una misma expresión o nombre singular puede significar un número plural de cosas. El estagirita nos previene contra un nombre que significa más de una cosa, que tiene por tanto más de un sentido, pues puede deteriorar la capacidad de comprensión en la “episteme”. En este esquema aparece por tanto la cuestión de si hay una brecha entre el plano lingüístico y el mundo referido que impondría a los que dialogan la imposibilidad de presentar las cosas mismas. El filósofo discurre acerca de esta idea de que no hay relaciones unívocas entre discurso y realidad. En este contexto etimológico y teórico podemos afirmar que es mejor usar morrenas que morenas, pues es una forma de reducir la polisemia. En esa misma obra “Argumentos Sofísticos” incluida en el “Organon” Aristóteles argumentaba en torno a la importancia de evitar la ambigüedad, homonimia, duplicidad o multiplicidad de significados en tanto pretendamos movernos en la “episteme”.
    En “Categorías” describió expresamente a la homonimia como una relación entre unidades léxicas iguales o idénticas, pero con contenidos diferentes o diversos. En función de esta idea es que el problema que vemos en la palabra morena es que presenta un alto grado de homonimia. Aristóteles inicia las “Categorías” con la frase en [1a] Ὁμώνυμα λέγεται ὧν ὄνομα μόνον κοινόν, ὁ δὲ κατὰ τοὔνομα λόγος τῆς οὐσίας ἕτερος. Que podríamos traducir diciendo que los homónimos son los seres que solo tienen de común un nombre. Se refiere por tanto a contenidos diversos que no guardan entre sí ninguna unidad conceptual, cosas por lo tanto a las cuales se les puede aplicar el mismo nombre. El uso de morrenas con dos rr contribuye a evitar la ambigüedad en el contexto de la geomorfología.
    Decía Immanuel Kant (1724-1804) que todo lenguaje humano tiene, por las contingencias de su origen, algunas inexactitudes que no se pueden cambiar. En su uso común no se origina ningún equívoco o los equívocos parecen ser tolerados o para ser más exactos, en los idiomas la misma metáfora impregna el vocabulario y la acción de la vida cotidiana, pero en el lenguaje científico lo ideal es tender a hacer el esfuerzo de atenuar la polisemia. 
    Por lo que hemos explicado hasta aquí ratificamos nuestra opinión de que es mejor utilizar morrenas con doble rr para reducir la polisemia del término. Repasemos brevemente y en forma muy selectiva como han utilizado unos pocos geólogos, glaciólogos o geógrafos y sus traductores, el vocablo morena o morrenas para darnos una idea de donde se encuentra la comunidad científica en el uso de estos vocablos.

– En la traducción realizada por V. Llanos Mas, del texto en ruso de V.V. Belousov “Geología estructural” en 1974 utilizan morrenas con doble rr.

– En el libro que tanto gravita en los cursos universitarios de varios continentes de Tarbuck, Edward J. y Lutgens, Frederick K. (2005) “Ciencias de la tierra” utilizan morrenas con doble rr.

– En cambio en la versión en castellano de Thornbury se utiliza una sola r.

– En Folguera et al. (2007) en el Capítulo 7 prefieren la palabra morena al referirse a los relieves generados por los glaciares. – En el libro de “Glaciares de Tierra del Fuego” el autor Rodolfo Iturraspe utiliza morenas con una r.

    No deseo aburrir al lector con una larga lista por lo que aún a riesgo de simplificar en demasía señalo que en la Argentina ha predominado el uso más confuso con una r. En Chile hay publicaciones con ambas grafías. En España ha ido predominado el uso de la doble rr. Incluso cuando se realizan búsquedas de artículos científicos en Google Académico se propone una desambiguación de morrenas con doble rr cuando se busca la palabra con una sola r. Apoyamos la idea de que la ciencia debe esforzarse por lograr comunicabilidad y la precisión o sea la atenuación de la polisemia debe ser parte constitutiva del intento de contribuir a ello, razón por la cual propiciamos la grafía morrenas en los textos en castellano. Con algo de pretensión que alguno podría considerar como excesiva, damos por cerrado el tema habiendo dejado en claro nuestra posición en favor de morrena con doble rr.
    Es una cuestión pequeña la discusión sobre cómo escribir una palabra, pero sí es importante destacar que el lenguaje científico no puede pretender, en tanto producto social, estar exento de la polisemia. Esta intrínseca polisemia contribuye a invalidar la objeción de la incomunicabilidad entre paradigmas que presentó Thomas Samuel Kuhn (1922-1996) en su libro “La estructura de las revoluciones científicas” (1962), pues supone un cierre conceptual rígido y definido que no es posible. Si entendemos que todos los conceptos, aún en encuadres paradigmáticos y teóricos, están amenazados por la polisemia podemos entender que no se cumple el presupuesto de determinabilidad de los conceptos para proclamar la incomunicabilidad. Justamente en la polisemia aparece la posibilidad de comunicabilidad al estar forzados a estar permanentemente determinando las múltiples denotaciones y connotaciones de los conceptos.
    Esto no impide propender al esfuerzo de intentar atenuar esa polisemia e incluir en la labor científica el objetivo expreso de converger para facilitar la comunicabilidad de los conocimientos científicos. El esfuerzo por lograr maximizar la comunicabilidad atiende a la idea de la ciencia como un producto y como tal, debería nacer de los problemas sociales y debería, asimismo, atender a buscar soluciones que impliquen la participación de los grupos sociales involucrados en pos de mejorar las condiciones sociales. Científicos que consideren en su labor intentar proveer un servicio a los pueblos y sus necesidades harán un esfuerzo para contribuir a atenuar las confusiones y reducir las polisemias.
    Nos gustaría pensar que podemos afirmar ὅπερ ἔδει δεῖξαι (Quod erat demonstrandum) aunque sepamos que esto se encuentra amenazado de cierta candidez y por un exceso de optimismo.

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